Antonia Barahona (+07-12-2006) y Miguel Vásquez (+27-09-2009).
A orillas del Río Corobicí, contemplando las barbas del volcán Tenorio, un hombre de canas radiantes tiró con efecto una piedra que recorrió ágil entre sus aguas serenas, dando varios saltos antes de hundirse por completo; entonces Changuito juró solemnemente, ante el reflejo de su rostro arrugado en el agua, que su espíritu de piedra no se arrugaría jamás ante la pobreza y las injusticias cometidas contra la gente y contra la naturaleza. El defendía aquel principio de la sabiduría popular: “la vida no se termina hasta que se acaba”; y cuentan que cuando daba sus últimos respiros allá en su humilde casita de la urbanización Cañas, camino a Bebedero, sintió profunda preocupación por las luchas ambientales y comunales inconclusas. Al otro extremo de la ciudad, en el Río Cañas, una mujer peinaba sus canas con la satisfacción de la misión cumplida, contemplando en el agua la imagen de su rostro satisfecho y agradecido con la vida: la llamaban doña Toña y era como la mamá del barrio, a pesar que no había engendrado hijos propios, pero a los que adoptó les dio una educación y un ejemplo admirable, trazándoles el camino a seguir no solo con palabras, sino con su vida generosa y valiente, siempre al servicio de las luchas justas para su comunidad de San Cristobal sur…y las mágicas aguas del río juntarían la imagen viva de ambos ecologistas cañeros en múltiples ocasiones.
Hablamos de los progenitores de las luchas ambientales en Cañas, Antonia Barahona y Miguel Vásquez. Él era un pequeño gran desconocido, a quien más de alguno llamó “el abogado de los pobres”, sin título de acreditación, pero con el derecho y la justicia en su corazón. En la década de los noventa dio el salto del anonimato social al protagonismo comunal, pasando de aquel silencio cómplice de la mediocridad generalizada, al discurso y compromiso solidario con la vida y la dignidad, algo que difícilmente leeremos en publicaciones de las redes sociales. Ella siempre fue una luchadora de la vida, nacida en pobrezas y preocupada en todo momento por las necesidades ajenas como si fueran propias. Cuando la canadiense Karen Utnosky les invitó a conformar un espacio donde se apoyarían los esfuerzos ambientales del cantón, ambos fueron los primeros en apuntarse, “más rápidos que ligeros” al naciente Comité ambiental “Ríos Limpios” y en abierto enfrentamiento contra la poderosa empresa Aqua Corporación, en su cuestionado procesamiento de tilapias en el centro de la ciudad de Cañas, avalado descaradamente por el Municipio y alcahueteado por el Ministerio de Salud.
Ambos ecologistas cañeros lograron trabajar en mancuerna, en una yunta formidable, con el apoyo de otros valientes ciudadanos, desde sus trincheras en el Comité Cívico de Cañas, en la Confraternidad Guanacasteca, en el Comité Ríos Limpios, en Comités de Barrios y en Asociaciones de Desarrollo, organizaciones en las que ambos paladines fueron actores claves. Entre los años 1999 y 2001 se dio una lucha férrea contra la mencionada empresa productora de tilapias Aqua Corporación, por parte del Comité Cívico de Cañas, liderado por Antonia Barahona. La mala gestión de la empresa saturó las cañerías de aguas negras y contaminaban con malos olores el centro de Cañas, a tal punto que los foráneos llamaban a este sector “el culo de Cañas”. Fuero años duros de denuncias, persecuciones, acusaciones y humillaciones, en las que Antonia y Miguel fueron señalados y se sintieron acorralados y acosados. Cuando el asunto se fue a los Tribunales, al perder el juicio los magnates de la tilapia, tuvieron que abandonar sus edificios, pero ahora sí bajo nuevas normas de salud que impedirían la contaminación que venían haciendo. El pueblo que en un primer momento estuvo en contra de estos ecologistas, alegando que los iban a dejar sin trabajo y que se traerán al suelo la economía familiar y cantonal, tuvo que reconocer que el traslado de la empresa fue lo mejor que les pudo pasar.
La presencia de ambos ecologistas populares en los encuentros ambientales promovidos por la Defensoría de los Habitantes y la Pastoral Social, evocaba una extraña mezcla vital de alegría infantil con venerable ancianidad. Changuito, aunque era entre los ecologistas el de más avanzada edad, parecía el de espíritu más joven. Si alguien le preguntaba cómo podían localizarlo, a qué número de teléfono llamarlo, siempre respondía muy serio: “todos los días a partir de las nueve de la mañana pueden encontrarme en mi oficina: el parque de Cañas”, donde disfrutaba contemplando los pájaros que allí llegaban. Era apasionado defensor de la gente y del ambiente, podríamos llenar decenas de páginas con sus andanzas, tanto en Cañas como en varios otros cantones de Guanacaste. Estuvo presente en la famosa acampada en playa Blanca, la noche de la inauguración del hotel “Four Seasons” en Papagayo, cuando el ministro de Seguridad envió la Fuerza Pública con órdenes de mantener a raya a los ecologistas y decomisarles los equipos fotográficos. También estuvo presente desde la primera acampada que se realizó por el rescate de playa Zapotillal en enero de 2005, por la defensa de Ostional y en otros muchos eventos más.
Doña Antonia Barahona, por su parte, siempre fue protagonista en el desarrollo comunal. Desde hacía años venía interponiendo reclamos ante la Municipalidad por la contaminación en su pobre barrio San Cristóbal sur, porque no recogían las basuras, por las calles descuidadas, por la falta de agua, por las aguas contaminadas que se arrojaban al río… Pero sin duda alguna, su mayor logro se daría cuando el 25 de junio de 1999 la Sala Constitucional dicte sentencia a su favor y en contra de la Municipalidad de Cañas, presidida por Eduardo Parajeles, quien manifestaba a rajatabla que “Antonia era una señora muy incómoda”: “La Sala Constitucional ordenó a la Municipalidad de Cañas entubar una zanja, de unos 3 metros de profundidad y 800 de longitud, y que es fuente de contaminación con aguas negras y servidas, ubicada en el barrio san Cristóbal sur de esta comunidad. La orden se da luego de una discrepancia entre los vecinos de la comunidad y el municipio después de poco más de seis años de disputa. Al menos 105 familias de este poblado resultan afectadas, según cálculos hechos por doña Antonia Barahona, presidenta del Comité de vecinos de San Cristóbal sur…. Barahona afirma que los malos olores y lo sucio del canal han provocado casos de hepatitis y dengue y los niños constantemente padecen de fiebres y diarreas”. Así se lee el artículo del periódico La Nación del día 28 de junio de 1999 https://www.nacion.com/el-pais/ordenan-entubar-zanja/FFJU6I4JTVARZELULZOJJLUVJA/story/ Cuatro años antes yo tuve la dicha de acompañar en las aguas bautismales a una de las tantas niñas abandonadas que doña Antonia recogió como suya, haciéndole los dos de padrinos en aquella ceremonia, por lo que a partir de ese momento siempre la llamé “mi comadre Antonia”.
Changuito y la comadre Antonia se unen a una venerada lista de ciudadanos cañeros que no se conformaron con seguir escuchando clases muertas de historia, sino que se propusieron hacer historia, ser protagonistas, transformadores de la comunidad:
· tal como lo hizo Monseñor Luis Leilpold Herbert (1866-1943), aquel gran sacerdote y misionero alemán que por 42 años dirigió la Parroquia de Cañas, constituyéndose en el mayor promotor de la cultura, la salud y la educación popular de su tiempo. Fundador de la Caja rural de crédito agrícola y de la primera Filarmónica. Impulsó la iluminación del parque y el primer acueducto rural. Por algo en su nombre se bautizó el primer hospital y la escuela central, 4 años después de su fallecimiento.
· tal como lo seguimos admirando en Antonio Obando Espinoza (1912-1984), aquel admirable profesor, periodista, poeta y presidente municipal, cuya bandera siempre fue, más que la de un pinche partido político, la del pueblo cañero, por el que se gastó y se desgastó. Por algo el mismo año de su muerte se bautizó con su nombre la gloriosa escuela de San Martín.
· O como lo recordamos en Gerardo Gómez Ramírez (1901-1983), admirable ciudadano cañero de padres nicaragüenses, autodidacta y poeta. Autor de la letra del Himno de la escuela Mons. Luis Leipold y del Liceo de Cañas; Gobernador de Guanacaste y secretario de la Municipalidad de Cañas, reconocido siempre por su apoyo a los más pobres, a quienes en muchas ocasiones no les cobraba los servicios municipales. Por algo con su nombre se bautizará la Biblioteca Pública de Cañas.
· Tal como ha quedado patente en la figura de María Gutiérrez Ruiz (1919-1955), cañera distinguida por ser la primera maestra del cantón (1942) y la primera mujer en ser directora de la escuela central (1944), además de estilista, cocinera y profesora del renombrado Colegio de señoritas. Recordada también por su constante preocupación por las personas adultas mayores.
· Tal como no dejamos de lado al escritor y poeta Don Miguel Araya Venegas (1904-1990), maestro insigne y director de la escuela central. Visitador de escuelas en Guanacaste y pionero del Colegio de Cañas, que le reconoció su obra llevando inscrito su nombre desde 1984 hasta nuestros días.
· Tal como tampoco olvidamos a don Joaquín Tacsan (+7 de noviembre de 1996), eminente intelectual, nacido en Cañas, pero también digno descendiente de la cultura oriental asiática radicada en el cantón, quien participó activamente en la “Universidad internacional de la Paz”, muriendo en un accidente de avión mientras realizaba una misión de paz, sobrevolando África.
De origen más pobre que todos los anteriores, sin estudios, pero con la convicción plena que el mejor agradecimiento a Dios era el servicio al prójimo y el cuidado del ambiente, nuestros héroes ambientales Antonia y Miguel también tienen un selecto espacio en la memoria cañera. Antonia Barahona fue una inigualable MUJER, así con mayúscula, porque nunca necesitó a su lado un hombre que le diera reconocimiento, valor ni identidad, ni hijos que multiplicaran a medias su apellido. No engendró con parto, pero crió a muchos que habían sido abandonados por sus padres; no se casó con un hombre, pero nos enamoró a muchos hombres con su valiente y constante testimonio diario de lucha comunal. Siempre fue dolor de cabeza del Alcalde Municipal en turno y aliento de esperanza para los líderes comunales. Desde su pequeña pulpería hacía diariamente grandes obras de caridad con los que menos tenían. Aunque mi comadre Antonia fallecería feliz en medio de sus pobrezas el 7 de diciembre de 2006, sus palabras y sus obras no cesa de replicarlas día a día las aguas del río Cañas, cuando corren libres y límpidas, sin basuras ni contaminación, bajo el puente de la carretera interamericana, entre Santa Isabel y San Cristóbal sur. En sus orillas me senté, pocos días después de su muerte, con uno de sus hijos que allí construyó su casa, y entre lágrimas me repitió varias veces: “usted no tiene ni idea cuánto mi mamá lo quería y admiraba”.
En la Asamblea anual de la Asociación de Desarrollo Comunal de Cañas, celebrada el 19 de diciembre de 2009, se dio un reconocimiento a varios comunalistas sobresalientes por su servicio generoso y comprometido en los diferentes barrios del distrito central de Cañas, no pudiendo faltar nuestros héroes del ambiente Antonia y Miguel, con el mejor homenaje póstumo entre otros galardonados, incluyendo a mi persona, que ese día fui propuesto como “Miembro Honorario” de la ADI de Cañas, con votación unánime.
Miguel Vásquez, “ecologista cañero pobre, de corazón bendito”, trasladó su oficina del parque de Cañas al jardín del Edén, donde disfruta de su cielo verde. Antonia Barahona, “madre de muchos hijos que no engendró y defensora aguerrida del ambiente”, trasladó su pulpería a la tienda celestial, donde recibe la paga por haber amado tanto. La vida los encontró en Cañas y los destinó a ser ejemplo vivo de defensa de la naturaleza, aunque sufrieran persecución y calumnias de parte de muchas personas. Aunque llevan varios años de habernos dejado, no dejan de ser de esos difuntos, que después de muertos, siguen mordiendo con su recuerdo. ¡Hasta la victoria siempre, compañeros y hermanos ambientalistas cañeros!
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