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Doña Etelvina Ramírez, Primera Dama nacida en La Cruz


Doña Etelvina nació un 18 de marzo de 1901 en el caserío fronterizo de La Cruz, que será distrito del cantón de Liberia hasta 1915.

Su padre, de origen colombiano, fue don Valerio Ramírez, y su madre Doña Valeriana Montiel Median, nicaragüense. Realizó sus estudios primarios en la humilde escuelita de aquel poblado y no pudo ir al colegio, pues en todo Guanacaste no existía alguno, por lo que se dedicó a las labores domésticas, hasta su matrimonio juvenil, con uno de los hombres adinerado del lugar: Don Pedro Alvarado Rivera, nicaragüense de Matagalpa, quien llegó a La Cruz como telegrafista y después se dedicó a actividades comerciales y agropecuarias. De este matrimonio nacieron cinco hijos: Alicia, Celina, Ana, Lidia y Hernán Alvarado Ramírez. “Don Pedro Alvarado falleció en la Cruz el 11 de agosto de 1930, a los cincuenta años de edad y estando sus hijos aún muy pequeños. Algunos años después de enviudar, Doña Etelvina conoció a quien habría de ser su segundo marido, Don Teodoro Picado Michalski” (1), entonces (Ministro) Secretario de Educación, y pocos años después diputado y presidente de la República.


La amabilidad y dulzura con que la joven viuda trataba a los huéspedes en su casa, fascinó a Don Teodoro, y también fueron un consuelo para su dolor, pues se estaba divorciando de Doña Mercedita Lara. Después de un breve noviazgo contrajeron matrimonio en San José el 2 de abril de 1937, contando ella 36 años y él 37, estableciendo su nuevo hogar en Lourdes de Montes de Oca, con los 5 hijos de ella y 2 de don Teodoro. Juntos procrearían además a la única hija de ambos: Cecilia Picado Ramírez.


Don Teodoro Picado saldría electo Diputado entre los años 1936 a 1944 y presidiría el Congreso de 1941 a 1944. En las convulsas elecciones de 1944 saldría electo Presidente de la República, sucediendo al Doctor Calderón Guardia. Doña Etelvina se convirtió en Primera Dama de Costa Rica a los 43 años de edad, ejerciendo con discreción y decoro su labor en una época muy difícil y turbulenta, acompañando solidariamente a su esposo en los convulsos tiempos sociales que antecedieron la Revolución de 1948, capitaneada por José Figueres. Doña Etelvina, fiel a sus orígenes guanacastecos, poseía un temperamento alegre y festivo, siendo la mujer entusiasta en la Casa Presidencial, y mostrando sus raíces pamperas aún en recepciones oficiales, donde saludaba la presencia de las visitas oficiales con las notas del Punto Guanacasteco.


Su amor por el mundo rural en el que había nacido la hacía soñar a menudo con una hacienda propia con grandes repartos y mucho ganado…pero su sueño nunca se hizo realidad. Siendo presidente, su esposo quiso complacerla, y comenzó a negociar la compra de una famosa hacienda guanacasteca, pero el dueño rechazó la oferta monetaria del entonces presidente, a quien acusaría años después de haber fomentado una invasión de precaristas en aquella hacienda. “Por su segunda esposa Etelvina Ramírez Montiel, que era de La Cruz, Picado tenía nexos cercanos con grandes terratenientes en la zona fronteriza, incluyendo algunos que luego fueron socios de su hijo Teodoro Picado Lara y del hijo del General Somoza, Anastasio Somoza Debayle, quienes se graduaron juntos en West Point en 1946” (2). A favor del joven Somoza, Picado Lara, como testaferro, adquirió años después varias haciendas al norte de Costa Rica, entre ellas El Murciélago, El Viejo y Hacienda Santa Rosa, en total, unas 31 mil hectáreas de Guanacaste, estratégicamente ubicadas, en posesión de Somoza Debayle.

Como Primera Dama doña Etelvina promovió en su pueblo natal la construcción de dos obras de fundamental importancia para la Cruz: la edificación de la iglesia y la construcción de una cañería, pues hasta esos tiempos el acceso al agua potable implicaba un gran peligro para los que debían bajar hasta la naciente ubicada en la profundidad de un precipicio a unos 2 km al sur de la población.

Una vez que la revolución los obligó al destierro, precisamente el día 19 de abril de 1948, los esposos Picado Ramírez fueron llevados en el automóvil del embajador de México hasta el Aeropuerto Internacional de La Sabana, desde donde volaron a Nicaragua, radicando por unos 12 años en Managua, viviendo bajo una vida modesta, sostenida por el trabajo de periodista del expresidente (3). Dos días antes había volado también hacia Managua el expresidente Calderón Guardia con su familia. “Don Teodoro carecía de fortuna personal y el pequeño patrimonio de Doña Etelvina, en parte heredado de su primer esposo, había quedado en Costa Rica. Las nuevas autoridades intervinieron los bienes y exigieron que se justificase su origen. En julio 1949, después de un complicado proceso, se declaró la indiscutible legitimidad de la procedencia del patrimonio de Doña Etelvina. Sin embargo, los bienes sufrieron considerable detrimento, y la antigua Primera Dama incluso hubo de sufrir la pérdida de joyas y de otros objetos de valor, dados en custodia a personas de su confianza, antes de su salida de Costa Rica” (4).


Don Teodoro falleció exiliado en Managua el 1º de junio de 1960, a la edad de sesenta años. Pocos meses después doña Etelvina, ya golpeada en su salud, regresó a convivir sus últimos años al lado de sus hijos en San José, donde murió el 6 de noviembre de 1976 a los setenta y cinco años de edad.

NOTAS:

(2): Edelman, Marc (1998). La lógica del latifundio, editorial UCR, San José, pág. 269.

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