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El Negro en Guanacaste. Un capítulo inédito. Nicoya, 14 de octubre 2020

1. Autopercepción del guanacasteco.

2. Los orígenes de la población afrocaribeña en Guanacaste

3. La genética del ser guanacasteco

4. La cultura negra en la literatura de Guanacaste

5. Tradiciones alimentarias guanacastecas de origen africano

6. Qué hay de la supuesta herencia africana de beber coyol

7. Vestigios del vocabulario de procedencia africana en Guanacaste

Conclusiones

Bibliografía básica consultada


1. Autopercepción del guanacasteco:

La cultura y el folclor costarricense le debe mucho de su expresividad típica a las tradiciones guanacastecas, pues precisamente por ser esta provincia la más empobrecida del país, sus ciudadanos han tenido que migrar como sabaneros errantes por todo el territorio nacional en busca de mejores alternativas laborales y económicas, dejando aquí sus familias y fundando nuevos núcleos familiares a lo largo y ancho de los 51 mil kilómetros cuadrados que separan las fronteras entre Panamá y Nicaragua, sintiéndose el guanacasteco no solo un tico más donde quiera que viva, sino un tico distinto, un tico original, un tico con tradiciones propias de las que siente un grande orgullo manifestarlas públicamente con el sonido profundo de las marimbas, los alegres bailes folclóricos, el fuerte grito guanacasteco, las divertidas bombas, las entretenidas retahílas y otras expresiones orales y culinarias que le identifican como hijo de la pampa.

Pero en medio de este orgullo regionalista que caracteriza al guanacasteco, ha existido un grande resentimiento histórico contra “los cartagos” que no dejan de considerarlos “nicas regalados”, y se refieren a los hijos de esta provincia como “guanacos” que se asemejan más en su acento propio con los vecinos pinoleros del norte que con los ticos del sur, y que hasta en sus bebidas y comidas tienen un mayor parentesco con el arte culinario nicaragüense. Tal situación no es una acusación fortuita, pues obedece a la hermandad histórica que ha caracterizado a guanacastecos y nicaragüenses por siglos, pues ambas poblaciones tienen la común raíz chorotega que las une desde que conformaron La Gran Nicoya y ha sido el resultado de muchas migraciones de los vecinos del norte desde el siglo XIX, generadas por motivos bélicos, políticos o económicos. Por eso en Guanacaste son comunes no solo los apellidos de origen nicaragüense sino también otros elementos propios de aquel país, particularmente en los cantones de Liberia y La Cruz, donde sinnúmero de familias tienen ascendencia rivense o granadina.

Pero no sucede lo mismo con el justo reconocimiento de los genes afrocaribeños presentes en muchos pobladores de todos los cantones de la provincia, particularmente de Santa Cruz, Cañas y Bagaces, ciudades que desde más de 250 años atrás se caracterizaban por tener el mayor porcentaje de su población de origen mulato, desapareciendo casi por completo la población nativa blanca (europea) e indígena (chorotega o corobicí). La manera como se ha escrito la historia de Guanacaste no siempre coincide con esta realidad demográfica, pues se ha invisibilizado el aporte de la población afrodescendiente, reduciendo las tradiciones y comportamientos de sus habitantes a la herencia blanca e indígena, negando los orígenes étnicos afrocaribeños. Esta raíz afro tan presente en el ser guanacasteco no ha sido tan estudiada por los historiadores, no se enseña en los centros escolares, no es reconocida en los aportes de grandes personajes de color y desapareció casi por completo en muchas leyendas, poesías, cantos e himnos regionales, donde sólo se reconoce el origen genético hispano (europeo), chorotega y nicaragüense de nuestra actual población guanacasteca, algo similar a lo que sucede en la autopercepción del resto de la población nacional.

“La identidad costarricense construida en el contexto de la formación de la nación costarricense al final del siglo XIX se basaba en la imagen de una nación blanca, homogénea, pacífica, democrática y campesina…Esta imagen recalcaba la singularidad de la nación costarricense en el contexto regional mesoamericano —como la nación más europea— y la diferenciaba de las demás naciones mesoamericanas… Es por la primacía dada a la característica de la blanquitud en particular que esta construcción a la vez de excluir “otros externos” también creó “otros internos” y limitó a la nación costarricense a la población del Valle Central. Eso se debía al hecho de que los grupos que no correspondieron a la característica de blanquitud, y por ello eran marginados y excluidos del discurso de nacionalidad costarricense, en su mayoría vivieron fuera de la Región Central (Molina, 2008, pp. 19-22). Entre ellos se encontraban los grupos indígenas costarricenses, así como los afrocaribeños habitantes de la provincia de Limón, pero también los habitantes de la provincia de Guanacaste. Los guanacastecos eran marginados por dos razones vinculadas: primero, por haber estado alternativamente bajo la Intendencia de León y Granada antes de la anexión a Costa Rica en 1824, la región de Guanacaste era ampliamente percibida como nicaragüense; segundo, la población guanacasteca, por su procedencia de un país mesoamericano y la predominancia de la cultura autóctona mesoamericana en la región, era considerada como “más indígena” que la población costarricense, o sea la población del Valle Central. Por estas dos razones, los guanacastecos eran tratados con menosprecio… (Mona 2015: p. 21). Es así como la marginación histórica del tico hacia el guanacasteco ha propiciado el orgullo de las raíces chorotegas en este último, a pesar que es más evidente la herencia afrocaribeña, misma que se procura a toda costa ocultar, excusándose en un desconocimiento histórico-cultural.

2. Los orígenes antiguos de la población afrocaribeña en Guanacaste.

No faltan los historiadores que afirmen que mucho antes de Cristóbal Colón, la etnia negra ya estaba aquí, en tierras americanas, levantando la economía y mezclándose con la cultura aborigen; sin embargo, no hay pruebas históricas contundentes que demuestren tan aventurada hipótesis. Lo que sí podemos afirmar con más exactitud es que el conquistador Pedro de Alvarado en 1524 trajo los primeros esclavos negros para avanzar en las labores de conquista de Guatemala y El Salvador, y en la expedición de Juan de Cavallón y el cura Estrada Rávago, iniciada en 1560, ya se contaba con una rica diversidad cultural en el grupo de conquistadores que avanzaron desde Nicaragua hacia el interior de Costa Rica, entre los cuales “no faltaban algunos negros esclavos, expertos en las minas, diestros en la localización de depósitos de metales preciosos” (Solórzano-Quirós 2006: p. 194). Los negros y mulatos fueron los “recién llegados en forma de milicias llamadas a defender la región de los ataques de piratas, y como mano de obra para las labores en las haciendas” (Gudmunson, 1978: p. 97), y se convirtieron de alguna manera en la población de reemplazo. Pero si consultamos los documentos guardados en el Archivo Nacional, llegaremos a la conclusión de que los primeros africanos llegaron a estas tierras entre los años 1600 y 1770, aproximadamente.

La primera presencia en nuestras tierras de esclavos negros visualizó su desempeño como valientes soldados en las expediciones de los españoles y en el mantenimiento de sus embarcaciones. “Una vez los europeos establecidos en tierra firme, los esclavos negros fueron destinados en diferentes faenas, como la agricultura de subsistencia, el acarreo de productos, la producción ganadera bovina y caballar, también en labores domésticas, siempre considerados como el estrato social más bajo, de la estructura colonial, tratados con menosprecio y explotados mediante diferentes formas discriminatorias e inhumanas amparadas a las leyes imperiales o a las estrategias de dominación de la élite española y de la Iglesia Católica. De manera tal que la presencia de afrodescendientes durante la colonia tuvo lugar especialmente en el noroeste del país, debido a la importancia que alcanzó la región del Golfo de Nicoya en diversas actividades económicas: la extracción de maderas, la ganadería, el trasiego de mercancía. Esta situación presentó una característica de mestizaje particular con predominancia de la mezcla de indios y negros, dando como resultado el conjunto de una población a la que los españoles denominaron cholos”. (Olivares 2010), que con los años llegó a ser la población mulata mayoritaria en Guanacaste.


A lo largo del siglo XVI Nicoya exportó gran cantidad de su población indígena para que trabajara en la minería del Perú, provocando una verdadera catástrofe demográfica que un siglo después redujo al mínimo la población nativa chorotega y dio auge a otra población que vino para quedarse para siempre: los afrodescendientes. Tal como indicamos, los primeros negros esclavos vinieron de África con los conquistadores, pero ha sido incierto ubicar la región de procedencia. Sin embargo, hay que reconocer que en el siglo XVI y al menos hasta el XVII la población negra todavía era solo un pequeñísimo sector en la pampa, donde sobresalía la fortaleza chorotega, pero conforme esta población originaria fue sucumbiendo por las enfermedades, pestes, epidemias, el maltrato y el viaje sin retorno a las explotaciones mineras de Perú, los hacendados debieron recurrir cada vez más a la fuerza que manifestaba la población afrocaribeña, muy oportuna para el trabajo agrícola, ganadero, pesquero y maderero de las grandes haciendas, y posteriormente en las actividades mineras y de construcción.

“Uno de los documentos más antiguos que se han encontrado sobre un esclavo en Nicoya, es del año de 1603 con la declaración de Juan Biafara negro esclavo quien trabajaba en una estancia cerca del astillero de Santa Catalina de Nandayuri (También antiguo puerto de Nicoya en el actual cantón de Nandayure) en labores mixtas junto a indígenas, también en el año de 1623 cuatro esclavos angolas son mencionados en el testamento de Juan Martin de Montalvo constructor de barcos, estos vivían en la casa de su amo muy cerca también del astillero de Santa Catalina de Nandayuri; Juan Martin de Montalvo residente permanente del callao Perú y nativo de Santa María, España se había comprometido para construir un gran barco en el astillero de Santa Catalina, cuando murió inesperadamente en 1624, las deudas y transacciones que enumeró en su testamento dan fe de las interacciones de los nativos de Europa, África y América en Nicoya y sugiere la importancia económica de la región a principios del siglo XVII. Montalvo estipuló que deseaba ser enterrado en la iglesia de Nicoya y entrega 50 pesos para pagar los mayordomos indios de su Cofradía, también le dejó 100 pesos a la madre de su hijo que vivía en la ciudad Guayaquil, Ecuador y reconoció una deuda de 9 pesos que le debía Clemente Rodríguez carpintero de un barco en Triana, en los astilleros de Sevilla, España, de los cuatro esclavos Angolas que Montalvo poseía llamados Pedro, Francisco, Juan y María” (Cabrera 2018).

Según el obispo Thiel, para 1611 había en Cartago entre negros, mulatos y mestizos, alrededor de 70 personas, en Esparza de la misma condición 30 y en Nicoya 200, esto a pesar de no haber habido minas aquí que propiciaran su arribo. Una relación más estrecha entre nuestro país y la región central del continente negro se iniciaría en el siglo XVII con el arribo de oleadas de africanos, originalmente del Reino del Congo, la mayoría, y de Angola. Con el pasar de los años fue constante el aumento de la presencia de agrupaciones de mulatos y de pardos en Bagaces, en la península de Nicoya y en otros poblados aledaños, entre otros con el fin específico de la defensa militar contra las constantes invasiones piratas y también en labores artesanales en las embarcaciones. Los nuevos pobladores recibieron tierras por parte del Estado, como era costumbre en la época, ubicándose generalmente fuera de los centros de población. Es por eso que, ya para finales del siglo, en Nicoya se habla de una población total compuesta por una minoría indígena y una mayoría afrodescendiente. “En 1624 Juan y Pablo de Almeida, esclavos de Antonio Almeida, venden unas tablas a Lorenzo de Goa Vizcaíno en 23 pesos los cuales pagaron al Cacique Don Blas de Contreras Sindico del convento de la Asunción de Nicoya para el rezo y misas por el alma de su amo difunto, también trabajaron en este astillero negros libres como Pablo Corzo supervisor de proyectos de construcción en 1674. Los esclavos trabajaron hombro a hombro con los indios, mestizos y mulatos libres, un ejemplo de ello se da en el año de 1654 con Alonso Bernal negro esclavo criollo del Capitán Francisco Tremiño recolectando sebo con el mestizo Simón Torres y el indio Juan Miguel en una estancia cerca del astillero de Santa Catalina de Nandayure, Alonso Bernal declaró en la extraña muerte del comerciante Español Joan de Salazar quien murió ahogado en el río Tempisque a quien se le remataron sus objetos personales y de este remate participó el esclavo Alonso Bernal” (Cabrera 2018).


Conforme las actividades propias de la ganadería fueron creciendo, las condiciones sociales cambiaron; el esquema de esclavitud fue abriendo espacio a personas libres, que se desenvolvían en las grandes haciendas, en el río Tempisque y sus afluentes o en la búsqueda de perlas y metales preciosos. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, las haciendas de ganado consolidaron su desarrollo, por lo que la mano de obra de esclavos negros se robusteció, algunos se convirtieron en hombres de confianza del señor hacendado y fungieron como caporales. Aunque los mandadores pertenecieran a una categoría de esclavos, se le cedieron algunas ventajas; entre esos privilegios contaban con mayor posición social, recibían salario, o era dueños de cabezas de ganado. “Don Antonio Mora Díaz de Silva Alcalde Mayor de Nicoya y tratante de perlas, pagó 425 pesos en el año de 1703 por Francisco Chinchilla un esclavo criollo negro de Nicoya, por ser un excelente buzo en el rescate de perlas en la costa pacífica, función que primeramente desempeñaron los indígenas chorotegas en el Golfo de Nicoya para los españoles y es que en un oficio tan productivo como este se pagaba más por los esclavos ya que le producía buenos réditos al amo”. (Cabrera 2018).

Extraña sobremanera que, a pesar de la presencia de tantos individuos afrodescendientes, casi no existen apellidos de origen africano en la región o que hagan alusión a sus lugares de origen, como era la costumbre. Hay varias hipótesis al respecto, pero sin duda alguna, el hecho de heredar el apellido de sus amos y la vergüenza por mostrar apellidos difíciles de pronunciar para la población local, incidieron en su desaparición. “En el año de 1720 Diego Bran, mulato libre, sirvió en las milicias de Esparza entre 1740 y en 1747, y José Bran de Bagaces era maestro zapatero. El apellido Bran o Brong es de origen africano de la Costa de oro, al igual que muchos otros que hubo en Costa Rica, sin embargo este parece ser el único que sobrevivió, algunos de estos apellidos indicaban su etnia o su lugar de origen en África, la mayoría de estos esclavos fueron capturados cerca de grandes ríos entre Senegal y Guinea, estos Bran se asentaron en Bagaces ya como mulatos libres y luego pasaron a la Villa de Guanacaste (Liberia) donde hay amplia descendencia, en qué momento llegaron a Bagaces aun lo desconocemos ya que no hay un estudio genealógico que lo afirme pero lo que es un hecho que tanto en Guanacaste como en Costa Rica es el único apellido sobreviviente desde la colonia” (Cabrera 2018). Los archivos nacionales guardan las actas matrimoniales de la parroquia de Liberia, entre cuyos libros se puede leer la transcripción del matrimonio de Simona Bran con Domingo Luna, especificando que ella es hija de un tal Manuel Bran y de Ysidora Rosales, mulatos ya finados para 1794.


El obispo Morel de Santa Cruz, en su célebre visita a Costa Rica del año 1751, indicaba que prácticamente toda la península estaba habitada por mulatos, y que el mayor grupo de población indígena, que se consideraba a sí misma pura, “maltrataba” a los mulatos cuando se acercaban al pueblo de Nicoya, lo que hacía que los afrodescendientes por un lado no pudiesen recibir los servicios religiosos y además, que se mantuvieran en asentamientos dispersos en las haciendas. El Vicario Tomás Gómez de Nicoya informa al Obispo Morel de Santa Cruz el 25 de octubre de 1752 que los ladinos están dispuestos a fundar la población en El Diriá. Frente a esta situación el Obispo propuso la creación de un poblado en el cual los mulatos pudieran asentarse. Tal petición fue atendida y se concretó en 1772 en lo que será el poblado de Santa Cruz (bautizada así en honor de tal Obispo), junto al río Diriá. No cualquier imagen de Jesús es el que tiene más devotos entre esta población, nos referimos al Cristo Negro de Esquipulas, venerado más que por los “indios promesanos” (que atraen la atención de los turistas por la sobrevaloración de sus atuendos y su danza tradicional), por la mayoritaria población afrodescendiente.

Se ha escrito sobre la costumbre chorotega de enterrar a los familiares en la cocina, para que su espíritu siempre estuviera cerca del lugar donde la familia se reunía habitualmente a compartir los alimentos, no solo entre los vivos sino también con los ancestros, teniendo así “presentes” en el calor de la cocina a los ausentes que se trasladaron al frío lugar de los muertos, pero algunos opinan que esta “costumbre chorotega” podría más bien haberse heredado de la cultura africana presente en la provincia desde la colonia, pues algunos pueblos africanos también acostumbraban a enterrar a sus muertos en el espacio de la cocina y los que moría lejos de su tierra eran sepultados con los pies dirigidos al continente negro. El cura de Nicoya en cierta ocasión dictó excomunión para aquellos nicoyanos que no llevaran a enterrar a sus muertos en el cementerio, sino que insistieran en enterrarlos en sus casas junto al fogón, medida que sirvió para eliminar aquella tradición.

En la Carta Pastoral del Obispo Garret, que abogaba contra la esclavitud de los indígenas, y fuera publicada el 9 mayo de 1711, descubrimos el primer grito contra la esclavitud que se escuchó en nuestra patria, a pesar de que no se menciona para nada a la población afrodescendiente, pues sólo se pensaba en contra de la esclavitud de la población nativa y no de los negros que venían de África con el único objetivo de ser esclavos. No cabe duda de que “ancestralmente Costa Rica ha intentado blanquear su historia porque la negritud ha estado asociada a valores negativos desde antes de la colonia. El aporte del negro colonial es incalculable. Es más, al haberse asimilado muy temprano al grueso de la población, se hace difícil aislar su contribución al desarrollo y a la cultura nacional del costarricense". (Cáceres 2020), a pesar que su presencia en nuestras tierras siempre se identificó con las cadenas de la esclavitud.

Gráfico 1. Población de Guanacaste durante la época colonial.


Fuente:

Hernández, Hermógenes (1985). Costa Rica: evolución territorial y principales censos de población, 1502-1984. San José, Costa Rica. EUNED.

Un español “puro” que viajaba por Guanacaste en la época colonial describe a la población afrodescendiente utilizando criterios racistas y discriminatorios, lo que era el lenguaje común despectivo en aquella época, apuntando que: “Estos hombres… son indios tostados y oscuros… Su idioma es el castellano, pero tan corrompido con la lengua del país, que hace fastidiosa la conversación. En sus tratos son falsos, contestan con risa sospechosa, y en los precios procuran engañar, llevando por lo que venden el doble del valor corriente en la Provincia. Son tan vanos como miserables, y aunque profesan la Religión Católica, dan pocas señales de cristianos con restos extravagantes de idolatría, muriendo también sin auxilio espiritual” (Meléndez 1974: 122). Esta visión denigrante y prejuiciada de un sector que a sí mismo se considera “blanco”, en contra de la población afrodescendiente, se mantuvo en el discurso nacional aún muchos años después.

El ya mencionado crecimiento paulatino de la población afrodescendiente, sobre todo a partir del siglo XVII, ha sido confirmado con un estudio de los bautismos de la época en las principales Parroquias ubicadas en lo que hoy es el territorio de Guanacaste y Esparza, que indican que entre 1712 y 1714 el 60% de los bautizados fueron mulatos y sesenta años después entre 1776 y 1779 el número de los bautizados había subido a un 90%. En otro estudio de los matrimonios encontramos que en 1771 se señala que un 63% fueron de mulatos. Dato curioso se presenta en Cañas, donde el 100% de los matrimonios en estos años se dio entre mulatos. Y en 1779 en Bagaces fue de un 95%, pues de 24 matrimonios registrados, 23 fueron de mulatos y sólo uno de mestizos, lo que coincide con otros datos que señalan que un 95% de la población de Bagaces era entre mulata y negra (Quirós 1997). En 1782 de cada 100 habitantes de Esparza (que comprendía hasta Bagaces), 56 eran considerados negros o mulatos, mientras que los mestizos eran unos 30 y solo 14 se consideraban blancos-españoles. “Para 1774 el arquitecto Luis Diez de Navarro nos deja una fuerte impresión acerca de lo que ya era Nicoya a mediados del siglo XVIII. En dicho pueblo de Nicoya en donde asiste el Alcalde Mayor y Cura de dicha jurisdicción: es de indios y mulatos y no hay español alguno” (Fallas 2013: p. 15). El 23 de febrero de 1797 el cura de Nicoya Felix de Jesús García da fe de haber bautizado a “Blas, hijo legítimo de Yldefonso Guevara, negro esclavo, y de Juana Peralta, mulata libre de este vecindario” (Cabrera 2018), anunciando así el aumento de la población mulata en Nicoya.

La población mestiza, negra y mulata iba en crecimiento en el territorio nacional, ante el descenso de la población indígena y blanca. “En Cartago, por ejemplo, predominaban los mestizos; mientras los mulatos eran mayoritarios en la puebla de los Ángeles (a las afueras de Cartago) y Matina (en la costa caribeña costarricense), así como en Cañas y Bagaces y Nicoya y Guanacaste. Aunque estas últimas villas, si bien estaban localizadas en el pacífico norte de la provincia, desde principios del siglo XVIII, parte de su población provenía de familias mulatas emigradas o huidas de la puebla de los Ángeles. Algo que no era de extrañar, si se toma en cuenta que, en el ocaso del Antiguo Régimen español, la migración de mulatos libres entre las provincias de Panamá, Costa Rica, León de Nicaragua y Cartagena de Indias fueron recurrentes” (Lacaze-Viales 2019: p. 37). A principios del siglo XIX Mons. Thiel calculaba la población total de Costa Rica en unos 52,591 habitantes, de los cuales el 1% eran negros, el 17% eran considerados mulatos, 9% españoles, 16% indígenas, 56% mestizos. Recordemos que al menos la mitad del actual territorio de Guanacaste pertenecía a Esparza.

Gráfico 2. Origen racial de la población de Costa Rica, según Mons. Thiel.


Fuente:

Gráficos elaborados a partir de los datos de Héctor Pérez Brignoli (1988: p. 8), “La población de Costa Rica según el Obispo Thiel”, CIHAC, #42.

En el caso de los Briceño Viales, una de las familias más influyentes de la política y el comercio en Nicoya, hay que apuntar que “Don Manuel Briceño tenía padres mulatos originarios de Rivas, Nicaragua y Doña Mauricia Viales Moraga era hija de un blanco criollo de Cartago y una mulata o zamba de Nicoya; en el acta de bautismo de su hijo Don Manuel José Briceño Viales se le menciona como mulato” (Cabrera 2018), en una época que la gente de tez oscura era vista con naturalidad en estas latitudes. Don Manuel fue uno de los últimos nicoyanos en dar la libertad a sus esclavos el 7 de mayo de 1838, estos esclavos se los había heredado su madre Doña Mauricia Viales Moraga en el año de 1795, entre ellos Manuela Pacheco y su hija Faustina, quienes serían liberadas desde 1824, a cambió de una indemnización cedida por el Estado. En los registros de la parroquia de Nicoya el cura Fray Juan Luis de Soto menciona que el 19 de febrero de 1789 bautizó a “María Faustina de los Ángeles, mulata esclava hija de Manuela Pacheco, negra esclava de Manuel Briceño y doña Mauricia Viales” (Cabrera 2018), nacida el 15 de febrero, y bautizada solo 4 días después, bendiciendo así la esclavitud como una condición hereditaria y racial.

Se tienen registros de que, para 1801, alrededor del 30% de la población del Pacífico costarricense, era afro-descendiente, llámense negros, mulatos, pardos o cholos. En 1821 las naciones centroamericanas proclamaron su independencia de España, pero hubo que esperar algunos años más para que el Congreso de la República Federal de Centroamérica decretara la libertad de los esclavos negros. En diciembre de 1823, el libertador José Simeón Cañas instó a la inmediata liberación de los esclavos de la América Central, promulgándose así la Ley definitiva el 17 de abril de 1824. Por eso se puede afirmar que en Costa Rica la esclavitud oficialmente fue abolida en 1824, el mismo año de la Anexión del partido de Nicoya. Hay que anotar que “desde temprano en su formación como República, para el caso costarricense se creó un discurso oficial basado en la idea de una homogeneidad demográfica, es decir, la idea de una población fundamentalmente “blanca”; negando la existencia de las poblaciones indígenas y las de origen africano presentes en el país (Angulo 2007: p. 7)

Para la Guerra Patria de 1856, año en que se dio la verdadera independencia de Costa Rica, sobresale entre otros valientes, la mítica figura del héroe nacional Juan Santamaría, hijo de una mestiza de Alajuela y de un padre afrodescendiente de Guanacaste: “Juan era hijo de un hombre del Departamento del Guanacaste…esos hombres traían ganado cada 8 días…Mi mamá tenía una venta de tamales, café, estofado y otras cosas de cerdo. Una venta de comida, pues. Casi siempre comían en casa unos negros de esos, del ganado. Entonces fue cuando la finada se enredó con uno de ellos. Y después nació Joaquina, que salió negrita, como Juan” (testimonio a la “Prensa Libre” de Clofia Castro Santamaría, prima segunda de Juan Santamaría que vivía en su misma casa).

Otro aporte importante de la cultura negra se da tres décadas después cuando el revolucionario cubano Antonio Maceo se exilia en Nicoya el año de 1890 con una gran cantidad de compatriotas, de los cuales se sabe que la mayoría eran mulatos. Aunque algunos de ellos regresaron a Cuba con su líder para proseguir con la guerra independentista, buena parte de los cubanos se quedaron en sus parcelas bien trabajadas de La Mansión de Maceo y terminaron mezclándose con los locales, fundando el poblado de Matina y aumentando considerablemente la presencia de mulatos en Nicoya.

En las minas de Abangares también se escribe un capítulo histórico tal vez no lo suficientemente documentado como debiera ser, con la presencia de los capataces negros caribeños traídos por la empresa minera para imponer férrea disciplina a los desordenados mineros, pero se les pasó la mano. Narran los testigos que las compañías mineras trajeron hombres negros de Jamaica con el fin de que resguardaran las minas de los constantes robos de material con oro por parte de algunos coligalleros. “Llegaron (…) para desempeñar puestos como guardas y capataces” (García 1984: p. 57). En 1911 se registra un movimiento de protesta contra ellos; los mineros organizados se rebelan por la requisa cotidiana que hacen los guardas y los abusos de autoridad, por lo que ocurre la llamada “matanza de negros” en diciembre de 1911 en la mina “Tres Hermanos”. “Mataron alrededor de catorce, los cuales hoy se encuentran enterrados en el llamado “Cementerio de Negros” (García 1984: p. 59). Esta huelga que terminó ensangrentada con el asesinato de los capataces negros será recordada en el calendario nacional como la primera huelga obrera de Costa Rica, y precisamente organizada por una valiente mujer llamada Mercedes Panza, esposa de uno de los mineros maltratado y encarcelado por los abusos de autoridad de los capataces negros.

“La última gran inmigración afrocaribeña hacia Costa Rica se dio a comienzos de la década de 1920” (Angulo 2007: p. 282) para realizar las labores cotidianas en las bananeras, a pesar que poco tiempo después los afrocaribeños fueron reemplazados por nicaragüenses y guanacastecos. En la década de los treintas, durante el tercer mandato del presidente Ricardo Jiménez, se dio una leve oposición a las leyes racistas, que no solo afectaban a la gente negra, sino también a los guanacastecos con más raíces africanas, tal como lo señala acertadamente una investigación que indica que “en años posteriores, Jiménez notó que la estricta interpretación de la “prohibición por color” afectaría el empleo de muchos costarricenses guanacastecos y de la ciudad de Cartago, en cuanto la “infusión de sangre negra” desde la esclavitud colonial era evidente en dichas poblaciones” (Angulo 2007: p. 116). Es así como se logró la inoperancia de aquella ley racista.

3. La genética del ser guanacasteco:

Al ver la cantidad de personas con tez oscura por todos los rincones patrios, no nos queda más que reconocer una presencia abundante de genes de la etnia negra en la mayoría de habitantes del país. “Investigaciones realizadas para indagar sobre el porcentaje de genes negros presentes en el costarricense pueden esclarecer mejor esta aparente hipótesis. A aquellos fieles de las ciencias exactas y dudosos de reconocer la africanía que resguarda su cuerpo, Ramiro Barrantes, biólogo e investigador del Instituto de Investigaciones en Salud de la Universidad de Costa Rica (INISA), puede presentar los resultados de su estudio: entre 13 y 15 por ciento de los genes de los ticos son de la etnia negra. A esta conclusión se llegó tras un estudio, iniciado en 1998, por un grupo de investigadores nacionales –entre ellos Barrantes– quienes detectaron material biológico único de la etnia negra en 3.000 ticos. Según ellos, esta herencia africana proviene de Congo, Angola, Nigeria, Benín y Ghana. Para Barrantes, los ticos son el resultado de una fusión trihíbrida entre españoles, amerindios y negros: La población de Costa Rica tiene una negritud incuestionable. La estimativa de la mezcla racial acumulada a través de las generaciones así lo demuestra y la historia apoya este descubrimiento (Vargas 2001).

Según otras investigaciones, la población de Guanacaste tiene la siguiente configuración: el aporte indígena 33.1%, el componente africano 20.7% y el de origen blanco europeo 42.2%. Si el componente afrodescendiente de Guanacaste (20.7%) es muy similar al de la región Atlántica (21.8%) ¿por qué La Defensoría de los Habitantes, y arrastrados por ella tanto el MEP como otras instituciones públicas le siguen dando el monopolio de la festividad nacional de la afrodescendencia a Limón, ignorando que la provincia de San José tiene mayor cantidad de personas afrodescendientes y totalmente la negritud dominante históricamente ha sido comprobada en Guanacaste, que fue el lugar de la primera presencia negra en Costa Rica y sigue siendo dominante en algunos cantones como Santa Cruz? Preguntas como estas todavía no encuentran respuestas satisfactorias.

Actualmente es posible por medio de exámenes de sangre realizar un estudio genético del porcentaje racial en nuestros organismos. Sin duda alguna quienes vivimos en Guanacaste nos llevaríamos una gran sorpresa al conocer el alto porcentaje del gen afro en los habitantes de este lugar. Es más, hemos conocido casos de personas blancas y hasta algunas de ellas con ojos claros, que en dicho examen el porcentaje del gen afro en su sangre ha tenido un elevado porcentaje. La realización de dicho examen a un significativo porcentaje de la población nos ayudaría a sostener nuestra hipótesis dominante de que, aunque genéticamente nuestra ascendencia afrocaribeña pesa más en nuestra sangre que nuestras raíces chorotegas, en el inconsciente colectivo se sigue creyendo que la cultura y sangre chorotega está más presente en los pobladores guanacastecos, a pesar de que la genética manifieste lo contrario. Este romanticismo sanguíneo chorotega dominante, sin duda alguna, es una de las mayores manifestaciones racistas subliminales del guanacasteco promedio que insiste en desconocer y borrar de una sola vez el grande aporte histórico afrocaribeño en la cultura y el ser guanacasteco, amparados en la complicidad de maestros y profesores que para nada se refieren a la presencia trihíbrida dominante en la sangre guanacasteca: blanca, chorotega y negra.

4. La cultura negra en la literatura guanacasteca:

La narrativa histórica de Guanacaste ha sido conservadora y tradicionalmente no coincide con la señalada manifestación genética y demográfica donde se evidencia la importancia de la negritud en la región chorotega, invisibilizando los genes dominantes de la población afrodescendiente en aras de favorecer la romántica e idealista cultura dominante indígena de la provincia, muy apropiada para el superficial negocio folclorista de quienes continúan negando el pluralismo étnico (contrario a lo que manifiesta el artículo 1 reformado de la Constitución Política), que es donde se debe enmarcar la verdadera riqueza cultural afrocaribeña hasta hoy marginada. Aunque los mulatos y los pardos –es decir los afromestizos- se lograron asentar en todos los cantones de Guanacaste de una forma progresiva, su innegable presencia ha sido tradicionalmente relegada en la música, en la literatura, en la pintura y particularmente en la historia.

Un claro ejemplo al respecto es la letra del “Himno a la Anexión del Partido de Nicoya”, escrito en la primera mitad del siglo XX, que al igual que gran número de historiadores niega cualquier referencia a la población afrodescendiente cuando apunta en su primera estrofa, a propósito de la identidad: “¡Guanacaste! Tu historia es sublime, y por leal tu blasón hoy se enjoya; te hizo heroica el valor de Curime, y el poder de Diriá y de Nicoya. Libre siempre de extrañas cadenas no has cedido jamás en la brega; tienes tú, toda el alma de Iberia y el altivo valor Chorotega.” Posiblemente lo más notorio sea que ese origen del “alma guanacasteca” se ubica en el entrecruzamiento entre los ibéricos y los indígenas, a pesar de que esto no tiene fundado sustento histórico. Este encruzamiento español-indígena que apunta dicho himno no posee el fundamento histórico-genético que pretende, por lo que, para ser respetuosos con la historia provincial y no caer en el juego racista discriminatorio, no debería cantarse más en los actos oficiales, mucho menos en instituciones educativas donde se ofende la significativa presencia de estudiantes afrodescendientes y de quienes somos conscientes del aporte fundamental de la negritud a la cultura chorotega.


La maestra mulata santacruceña María Leal de Noguera (1892-1970) en sus “Cuentos viejos” destacaba los relatos del típico personaje “tío conejo” (siempre presente en narraciones africanas de astucia), además de cuentos tradicionales de las nanas africanas y de los que posteriormente se apoderaría y los haría famosos la renombrada política y escritora comunista Carmen Lyra, quien los popularizó. Igualmente se desconocen cantos y poemas que procedan de la población afrodescendiente, y son pocos o nulos los que valoran el aporte de la cultura africana a nuestro ser guanacasteco.


Lo mismo sucede en la cultura artística. “El día que se realicen estudios más profundos sobre la música y los instrumentos musicales tradicionales, quedará aún más clara la huella africana en todos ellos. La marimba tan característica del Pacífico de Centroamérica y México, es de indudable ancestro africano. El llamado quijongo, no es sino el berimbau de los angoleses de Bahía (Brasil). Es una especie de arco con una cuerda o alambre como tensor, y una jícara como caja de resonancia, que hábilmente utilizada por el ejecutante, permite variaciones tonales, peculiares. Danzas como "El Torito" y otras, son citadas como peculiares de los grupos mulatos y negros a fines de la Colonia, aunque no necesariamente exclusivas de ellos. La práctica de llevar carga sobre la cabeza, es bien distinta a la de los indígenas, que solían hacerlo sobre sus hombros, por ejemplo, para cargar la tinaja del agua”. (Meléndez 1972). En Guanacaste recordamos con orgullo al músico liberiano afrodescendiente Leandro Cabalceta Bran (1856-1946), compositor del “Punto Guanacasteco”, que moriría en Puntarenas pocos años después de componer nuestro más popular baile folclórico.

5. Tradiciones alimentarias guanacastecas de origen africano:

En Guanacaste mucho se ha escrito sobre el origen chorotega de sinnúmero de comidas, bebidas y recetas alimenticias, no así de la influencia culinaria afrodescendiente en la pampa. Describir la riqueza de la cocina regional guanacasteca y el rol de los diferentes usos y preparaciones alimenticias como un significativo marcador de identidad racial es toda una tarea titánica. La imagen de la cultura sabanera en la cocina se expresa no solo en platos tradicionales como el gallo pinto, la cuajada, el arroz guacho, el arroz de maíz, la gallina achiotada o la sopa de albóndigas, platos siempre acompañados de las tortillas más grandes del país, sino también de bebidas efervescentes como la chicha o el coyol, o refrescantes como un buen tamarindo, una resbaladera, agüita de arroz, un delicioso fresco de mozote o un chicheme con jengibre y canela.

A partir del siglo XIII los Chorotegas y los Nicarao se asentaron en lo que hoy es la provincia de Guanacaste, por lo que este territorio ha sido definido como “exponente de Mesoamérica en Costa Rica” y su cultura culinaria es calificada como cultura del maíz, como la cocina regional más influenciada por la herencia mesoamericana.

Particularmente en la zona de influencia de la región denominada “La Gran Nicoya”, las costumbres culinarias entorno al maíz cubren casi un 50 por ciento de los más reconocidos platillos y bebidas tradicionales, de tal forma que el concepto “hombres de maíz” califica muy acertadamente a los pobladores originarios del territorio guanacasteco.

Pero es justo señalar que también se encuentran otros platos que son percibidos por los pobladores del lugar como de herencia autóctona, entre ellos la carne en vaho o la bebida de coyol, que al parecer no solo tienen relación con la herencia mesoamericana sino más bien con la presencia de la población africana radicada en la región, al igual que la costumbre guanacasteca de beber, no en vasos (como los europeos), ni en jarras (como los ticos de a pie), o en vasos (como los ticos de clase), sino en guacal (de jícaro), o poner un plato extra de sal siempre en la mesa, pues el sabor fuerte es lo más importante. Un plato típico como es el “mondongo con maíz reventado” en un caldo condimentado, combina las herencias africana y chorotega-nicarao; y un buen gallo pinto, con frijoles bien negritos, se dice que tiene sus orígenes en el conocido platillo afrocaribeño rice and beans (pero sin coco). Recordemos que, a diferencia del pinto de la Meseta Central, el gallo pinto guanacasteco es más seco, a pesar de que se utiliza más manteca de chancho, dientes de ajo y cebolla, pero no culantro.

Hay un característico platillo africano al que en Costa Rica se le llama “angú” y se le denomina en algunos poblados de “Guanacaste “ñanguñao”, término de evidente origen africano y quizá más fiel al original que el que se usa en el resto del país. De puré de plátano verde, cocido y majado con manteca de cerdo y sal, se hacen unas bolitas llamadas machucas, que se agregan a las sopas o se fríen. Tienen gran similitud con innumerables recetas de la cocina africana, y de las mesas brasileñas y afrocaribeñas. Tajadas finas de plátano frito, llamadas raspas en Nicoya, son comida de viajeros” (Ross 2015), ancestros culinarios de los famosos patacones.

“En su libro Entre el comal y la olla, Marjorie Ross González (2001) identifica la cultura culinaria española, la prehispánica y la africana como influencias centrales en la cocina costarricense, tratándolas por separado y detalladamente (pp. 32-68)… en el capítulo sobre los aportes foráneos, Giselle Chang Vargas (2001) se centra en los aportes europeos y solamente menciona algunas influencias de la cultura afrocaribeña, china y norteamericana” (Mona 2015). Es evidente que la fuerte presencia de pobladores africanos en la región tuvo que transformar muchas costumbres culinarias e imponer sus gustos, estilos, condimentos y costumbres autóctonas propias, para dar mayor sabor a las comidas originarias propias de la región. Finalmente, cómo no referirnos a la costumbre de comer huevos de tortuga, tan arraigada en muchas familias guanacastecas, pues “otras tradiciones alimentarias… que han formado parte de la cultura afro caribeña, son el consumo de huevos de tortuga” (Montoya 2011: p. 60).

6. Qué hay de la supuesta herencia africana de beber coyol.


El tomar la tradicional bebida del coyol en Costa Rica ha sido una costumbre heredada por los antiguos chorotegas, que llamaban al coyol “nimi” (Quirós 2002: p. 85). Ya desde tiempos coloniales el cronista Fernández de Oviedo que visitó las costas del Pacífico norte, lo describe, señalando la exquisitez de esta bebida extraída de una palmera con muchas espinas que encantó a los españoles, pero no aclara si fueron los aborígenes o los negros esclavos quienes sugirieron esta bebida. En el siglo XVI el Corregidor o Alcalde de Nicoya “cobraba un peso por cada coyol botado”, lo que indicaba lo popular que ya era esta bebida desde tiempos remotos. Una de las primeras menciones del término “coyol” en un escrito costarricense fue dada en Nicoya en 1772, y fue transcrita literalmente así: “Preguntado como dize que solamente fueron algunas palabras, cuando consta que iba tomando de el coyol o chicha con un espadín a la cinta” (ANCR, Complementario Colonial 0351, folio 2), (Quesada 1995: p. 42). Tanto es el reconocimiento que se le tuvo a este tipo de palmera en Santa Cruz que cuenta la tradición del Cristo negro de Esquipulas que la imagen aparecida del peón robado en Guatemala fue hallada precisamente colgada en un coyol.

En el territorio que hoy ocupa Nicaragua, los chorotegas llamaban a esta bebida “chicha de coyol”, y su uso era frecuente aún más al norte, entre los pueblos originarios de México, por lo que no debe creerse que su bebida es una tradición solo guanacasteca o nacional. Lo que sí es de conocimiento general es que entre más costero haya sido cultivado el árbol del coyol, más sabrosa es la savia que produce, tal vez como efecto de los ingredientes salinos de aquellas tierras.

La confusión de haber atribuido por muchos años un supuesto origen africano de la costumbre de beber coyol tiene su origen cuando el historiador Carlos Meléndez en su libro "El Negro en Costa Rica”, al hablar sobre la herencia cultural africana, afirmaba entre otras cosas que "otra práctica que es bastante corriente en Guanacaste, es la de cortar una palma para hacer vino de coyol. Esto es muy usual en África”, de manera que hizo creer que no había duda alguna en cuanto a su origen. “Por afirmaciones como esta es que por mucho tiempo se creyó que la bebida del coyol equivalía a un vino (de uvas) y que tenía su origen en África y no entre los habitantes originarios (chorotegas). Tal vez por este aislado testimonio histórico es que equivocadamente se le llama vino a la chicha del coyol y se ha postulado que fue una tradición afrocaribeña” (Vargas 2020), situación ya superada por los abundantes testimonios que datan la ingesta de esta bebida a lo largo del istmo centroamericano y hasta México.

Según apunta el botánico Dr. Pittier en su obra “Ensayo sobre plantas usuales de Costa Rica”, el coyol es una "palmera característica de las sabanas y faldas secas de la costa del Pacífico, en donde llega a formar verdaderos bosques. Fue una de las plantas económicas de los antiguos indios, quienes sacaban de su tallo una savia rica en azúcar, la que fermentada, formaba una de las bebidas embriagadoras con que animaban sus fiestas. En tiempos de escasez, se ha usado como alimento la fruta, que es muy degustada por el ganado. Ya han desaparecido muchos de los grandes coyolares de la vertiente suroeste del país. Con más razón tal vez este árbol se llama palmera de coyol”. En su etimología náhuatl se denomina coyolli, cascabel, por alusión a la forma del fruto.

7. Vestigios del vocabulario de procedencia africana en Guanacaste.

A los individuos que surgen como resultado de la mezcla entre la sangre africana e indígena a veces se les llamaba “zambos o cimarrones” (términos también usados para referirse a los negros que lograron huir de la esclavitud); mismos vocablos que en Guanacaste se les denomina “cholos”. “Este grupo fue lo suficientemente importante, como para dejar la huella de su cultura y su sangre, en regiones como la del Pacífico Norte”, apuntaba el historiador Carlos Meléndez. “En el discurso oficial, la hibridez de las castas hizo que éstas fueran siempre representadas como mezclas inferiores e incivilizadas, siendo con frecuencia asemejadas con animales: “mulato” aludía a la mula, según Sebastián de Covarrubias; “pardo”, era el diminutivo de leopardo, “un animal fiero muy ordinario en África”; “lobo” refería al zambo; “coyote” identificaba a los descendientes de ladinos con indios; y “mestizo” genéricamente connotaba la hibridez entre crías de animales. La hibridez, por tanto, representaba moralmente el “pecado” y socialmente la “contaminación” del orden natural, por parte de las personas de sangre mezclada. La condición infame de las castas vendría dada, sin embargo, por su ascendente africano y esclavo. Razón por la cual pardos y mulatos fueron acusados de traer “el defecto [de los negros]” (Lacaze-Soto-Viales 2019: p. 38), semejando también los negros cimarrones al ganado rebelde y chúcaro que crecía salvajemente y se hacía necesario cazarlo y amansarlo.

A pesar de estos apelativos despectivos manifiestos en esa frontera étnica promovida por las autoridades civiles y eclesiásticas que además promovían la esclavitud como una condición propia de la naturaleza del negro, y después de tomar consciencia del peso de la cultura africana en nuestras tierras, no es de extrañar la presencia de múltiples vocablos africanos y de toponimias africanas en Guanacaste, en particular aquellas que hacen referencia al Reino del Congo: La sopa de mondongo, el quejarse por tener la timba (panza) llena, el miedo a que nos lleve candanga (el diablo), la comida del angú (puré de plátano o guineo), ñame (tubérculo), el uso del cumbo (jícara grande), el sombrearse bajo la matamba (especie de palmera), la tortilla con moronga (morcilla), el viajar por el Tempisque en la panga (especie de bote), timón (especie de balsa) o bogo (especie de bote), el fumarse la cachimba (pipa de fumar), son solo algunos términos de nuestras expresiones guanacastecas que tienen profundas raíces africanas y muchas de ellas, que hoy son parte de nuestro lenguaje cotidiano, se diseminaron desde Guanacaste hacia el resto del país. De la negritud heredada de esas primeras generaciones tenemos la marimba, símbolo actual del alma guanacasteca, y también el llamado quijongo, que no es sino el berimbau de los angoleses de Bahía (Brasil). El mismo consumo del vino de coyol (de la palma) podría tener tradiciones africanas y chorotegas. Hasta el héroe principal en los cuentos de la maestra santacruceña afrodescendiente María Leal y en todas las aventuras maliciosas que narra es siempre tío conejo africano, posteriormente inmortalizado por Carmen Lyra.

La coincidencia entre varias toponimias de Guanacaste y de la zona de influencia del antiguo Reino del Congo no deja lugar a dudas sobre las conexiones de ambas culturas. Hasta el día de hoy, Matina es el nombre de un poblado de Mozambique y a la vez, un caserío entre los cantones de Nicoya y Hojancha, y qué decir de La Cananga, un barrio de la ciudad de Nicoya; Gongolona, el pueblo minero de Abangares cerca de donde nace el río Congo, y Malambo, un cerro en el cantón de Santa Cruz. En el barrio de Las Matambas, cercano a Santa Ana, poblados con el mayor porcentaje de la población mulata en todo el cantón de Nicoya, escuché el testimonio antiguo de enterrar los muertos en la cocina. No es casual que en los cementerios de este pueblo y de Santa Cruz haya un espacio limitado solo para enterrar niños.

Algunos otros términos de origen africano insertados en la tradición guanacasteca, muchos de los cuales se diseminaron al resto del país, los ofrecemos en orden alfabético:

Angú: Puré de plátano o guineo (también llamado ñanguñao).

Arrurrú: No llores niño, en lenguas africanas. Arrú: niño Rur: llorar Ur: negación.

Bongo o bogo: especie de bote

Cachimba: Pipa de fumar

Cananga: Barrio de Nicoya. Población de la República democrática del Congo.

Candanga: diablo, en lengua shanga.

Cimarrones: Esclavos negros que huían para ser libres. Ganado que deambula por los bosques, sin dueño.

Chiringa: Una quebrada del cantón de Cañas. Población de Zambia.

Cholo: Mezcla entre africano e indígena (en Guanacaste).

Congo: Cerro y río en Abangares. Recuerdo del reino del Congo.

Corobicí. Río de Cañas. Grupo tribal de Angola.

Cumbo: Jícara grande

Gongolona: población minera en la zona montañosa de Abangares

Guinea: Poblado de Filadelfia de Carrillo. Grupo tribal de Angola

Jama: comida. Más de 2000 dialectos africanos comparten la misma palabra: “niama” “nama” o “nyama” para nombrar carne, animal o comida.

Lapa: Ave guacamaya

Macuá: Nido de un pajarillo. Objeto usado para magia amorosa.

Malambo: Cerro de Santa Cruz. Sitio de El Congo y de Tanzania, cera de Mozambique.

Mandinga: dolor corporal. Persona cobarde, pendeja. De aquí el dicho “el que no tiene minga tiene mandinga”.

Marimba: es un instrumento musical típico en Costa Rica, particularmente en la provincia de Guanacaste. Su origen se atribuía a la población originaria, particularmente a los mayas y chorotegas, pero se ha terminado atribuyendo a la tradición africana. No es extraño que en Malanje de Angola exista la ciudad de Marimba, y que en Kassai (Congo-Kinshasa) madimba es el ‘xilófono’.

Matina: Poblado de La Mansión de Nicoya.

Malambo: lugar del río con una característica planta acuática que facilita la pesca.

Matambas: Palmera de tallos delgados y largos que se da en Guanacaste. Poblado de San Antonio de Nicoya. Evoca el recuerdo de la reina de Matamba Nzinga Mvomba que en el siglo XVII manifestó una guerra abierta a la invasión europea en África. Provincia al sur de El Congo.

Matambú: Sitio poblado de palmeras matambas. Territorio indígena chorotega.

Marimba: Instrumento musical de percusión, traído desde Guatemala, pero cuyo origen se remonta a la cultura africana. En lenguaje Bantú de África Central significa “maderas que dan sonidos”.

Mñame: Tubérculo parecido a la yuca.

Mondongo: La panza de la res

Moronga: La morcilla.

Motete: bulto (de ropa). Mutete en Quimbundú significa carga, y Mutete en Ndjabi significa equipaje.

Ñanjú: Planta de Guanacaste

Palenques: Poblados de gente afrodescendiente. En Santa Cruz se popularizó el nombre del palenque Diriá.

Panga: Tipo de bote

Pangola: Barrio de Nicoya asociado al país de Angola.

Quijongo: instrumento musical de origen africano, donde se le denomina berimbau. Consiste en un arco de madera con una cuerda y una jícara.

Timba: Panza

Timón: especie de balsa

Zambo: Mezcla entre africano e indígena (en Costa Rica).

Probablemente cuando muy niños, todos fuimos arrullados para dormir, nos cantaban quienes nos mecían en brazos o en nuestras cunas “Arrurrú mi niño, arrurú mi niña, duérmase mi sol…”. Esa dulce melodía, que nos hacía entrar en el reino de los sueños, es un clásico africano, tan antiguo como la proveniencia misma de la palabra. Y este vocablo, como otros muchos que creemos propios de nuestro español y costarriqueñismos, tienen raíz africana. Arrurrú, del idioma africano Berebere, significa Arru: Niño, más Ur: negación y Rur: llorar (Fernández 2014).

Queda claro que nuestro país, y particularmente Guanacaste, es un territorio multiétnico y pluricultural donde la herencia africana es palpable pero no se ha evidenciado. En cuanto a la implementación de las obligaciones internacionales de Derechos Humanos, contraída por el Estado costarricense, en las que se determina la eliminación del racismo y todas las formas de discriminación, continuamos con una gran deuda histórica, como ha quedado demostrado. Sin embargo, pareciera que en la provincia de Guanacaste el recorrido de la integración intercultural ha sido diferente al resto del país, ya que la población afrodescendiente ha sido coparticipe del desarrollo de las comunidades y del protagonismo político, social, religioso, artístico y deportivo, donde el color de la piel no ha sido para nada un obstáculo para la superación.

A pesar de diferenciarnos esta situación del trato discriminatorio a la población afrodescendiente de la Meseta Central o del Caribe, la población afrodescendiente del Pacífico Norte, la más antigua del país, continúa siendo invisibilizada en su aporte histórico y así continuará en el discurso oficial hasta que se asuma un compromiso general de hacer públicos estos datos irrefutables de nuestra investigación, particularmente desde los centros de enseñanza, cómplices históricos de haber ocultado intencionalmente por muchas décadas el dominante rostro oscuro y mulato de Guanacaste para exaltar el minoritario rostro blanco y chorotega de su población, lo que no deja de ser una expresión racista que por siglos se ha apoderado de la mayor parte de la población autóctona cédula 5.

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