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“Introducción histórica a la problemática de la DEFORESTACIÓN en Guanacaste”. Nicoya, 21-06-2020.

Mientras en tierras guanacastecas el desarrollo humano y el progreso caminaron a paso muy lento, la explotación de sus recursos naturales (especialmente en maderas y minerales) y del ganado vacuno (primero sebo y cuero y después de carne y leche) avanzó de forma desmesurada, abusiva y acelerada, sin tener en cuenta el bienestar social ni ambiental. Siempre fue una pequeña élite la beneficiada de este "saqueo ecológico" en las minas auríferas y los bosques en general que se talaron sin ninguna consideración. Acentuó más la miseria general la pésima industria ganadera de la época que desperdiciaba muchos recursos, acentuaba la deforestación y subutilizaba la mano de obra. Pero lo peor fue la despreocupación por mejorar los caminos y construir puentes, lo que en el invierno impedía la comunicación y promovía el aislamiento, favoreciendo al sector ganadero-deforestador que utilizaba el aumento de caudal de los ríos para tirar por sus aguas las maderas preciosas, recibiéndolas el río Tempisque.

Aunque se achaca al campesino su responsabilidad en la depredación forestal, han sido los terratenientes los culpables en deforestar hasta la saciedad las tierras guanacastecas en su afán de enriquecerse por encima de todo. En general los campesinos disfrutaban el bosque junto a su finca, cortaban árboles para hacer su casa y tener su pequeño potrero y sembradíos, cazaban, pescaban y admiraban la inmensidad de la naturaleza; aprendieron a producir riquezas sin destruir el ecosistema.


Con visión diametralmente opuesta, hacendados, latifundistas y monocultivadores sienten que tiene ante sí un mundo hostil que hay que destruir para conquistarlo (1), al mismo tiempo que intuyen el gran negocio maderero detrás de la deforestación selectiva, acumulando para sí todas las aguas y destruyendo manglares, provocando la inundación de poblaciones y alterando el cambio climático. En general los campesinos tienen claros intereses definidos en la conservación del ambiente natural, pues, a diferencia de los terratenientes, ellos viven en la zona, dependen de la tierra y de los recursos del bosque, por lo que su lógica de uso favorece más las prácticas de la agricultura sustentable que la lógica de acumulación capitalista, depredadora y mercantil.


Siglos atrás “la condición marginal de Costa Rica durante la colonia tiene consecuencias importantes para la población. Sujeta a una economía natural, donde tradicionalmente sobresalieron la agricultura, la explotación forestal y la ganadería impuesta por los españoles (pues el ganado vacuno aquí era desconocido antes de la conquista), la provincia se ve afectada por serios períodos de escasez de alimentos. En parcelas particulares o en tierras del común predomina la producción a nivel de subsistencia. Cada parcelero siembra lo necesario para el sostén de su familia y, en el caso de las poblaciones indias, para la comunidad y el pago de los tributos; no existen, por tanto, excedentes útiles en momentos de escasez” (2). Hasta muchos descendientes de antiguos encomenderos españoles, por la difícil situación económica que atravesaban, se vieron en la necesidad de cultivar ellos mismos la tierra; este fenómeno social fue llamado “campesinización”. En estos tiempos coloniales en toda la región del “Pacífico seco” se empleaba mano de obra mixta (esclava y asalariada) y la paga solía hacerse parte en dinero y otra en derecho de poder cultivar una parcela en terrenos de la hacienda para el sustento familiar.


Según datos del obispo Thiel para 1814 en todo el territorio de lo que hoy abarca Guanacaste, a pesar de contarse con una población aproximada de unos 4.906 habitantes, sólo existían dos escuelas (3). Y se comprende que por el dominio de la ganadería en la zona se daba en este primer cuarto del siglo XIX un continuo “predominio de propietarios relativamente grandes y absentistas, hasta casi excluir los residentes, rasgo más destacado en esta región ganadera (Esparza y valle de Bagaces) que en cualquier otra de la época” (4).


En la segunda mitad del siglo XIX los hacendados, dedicados en especial a la ganadería y al negocio maderero, siempre fueron una minoría privilegiada y tuvieron un aumento insignificante; no así “otros grupos como los jornaleros, artesanos, sirvientes, lavanderas, etc., que aumentaron considerablemente en números absolutos y porcentuales” (5).


Los jornaleros normalmente vivían en casas pertenecientes a la misma hacienda que les pagaba y a veces se les permitía sembrar una pequeña parcela junto a las casas que habitaban. Otros vivían en los baldíos nacionales sin título legal. “Cuando la presión demográfica se hizo sentir en la región, los jornaleros empezaron a exigir tierras que generalmente estaban comprendidas en las haciendas. Este fenómeno originó a principios de siglo actual las luchas agrarias en Guanacaste” (6), no solo exigiendo tierras propias para sembrar, sino también como una protesta abierta contra los hacendados que hacían más dinero deforestando las fincas que con las cada vez menos onerosas ganancias de la ganadería. Se documenta ya desde 1807 un navío peruano en Bahía Culebra con la justificación de montar una campaña extractiva del Palo Brasil, pero se supo que la intención era aumentar el tráfico de maderas preciosas. “La tala de árboles maderables era una de las principales actividades económicas llevadas a cabo en tierra firme (“Periodo Forestal”), principalmente de las especies conocidas como “Palo Brasil”, “Palo de Mora” (Chlorophora tinctoria) y “Cedro” (Cedrela odorata). Estos productos componían el tráfico principal en Bahía del Coco” (7), exportándose el producto a Panamá y el Perú.


Citamos ejemplos de algunas luchas agrarias fundamentadas en la protesta campesina contra la deforestación: en 1832 el sacerdote Leyva, hacendado nicaragüense, entabla un juicio contra don Francisco Giralt por la corta de varios miles de quintales de brasil en la Hacienda Sapoá. El litigio fue inconcluso y el depredador siguió con su oneroso negocio en La zona fronteriza de La Cruz como el mayor exportador de maderas a Perú y Chile. El 11 de marzo de 1920 campesinos burlados, explotados y descontentos con la deforestación, a quienes se negaban derechos salineros, invaden el campamento de la Hacienda La Palma, queman 400 Hª destinadas a la siembra y expulsan al injusto administrador francés Bosqué, quien milagrosamente se salvó de los disparos; años después el Estado expropiará estas tierras a favor de los campesinos. En 1927 el inmigrante levantino (árabe-turco) Morad, antiguo minero y comerciante, adquirió la Hacienda La Culebra y logró el permiso para reponer los destruidos mojones, aumentando a capricho sus tierras aprovechando los conflictos en La Palma; ensanchó su hacienda y entabló juicio contra los precaristas que encontraba; mientras revisaba unos maizales, los campesinos tomaron la justicia en sus manos y lo mataron; nunca se encontró al asesino; sin embargo, sus hijos heredaron los nuevos territorios alterados de la Hacienda.


El 12 de junio de 1912, por esfuerzo del diputado liberiano-nicaragüense Francisco Mayorga Rivas, se decreta la primera ley facultativa de reforma agraria, facilitando al Gobierno para resolver serenamente conflictos de tierra. Dicha ley permitió expropiar territorios de las fincas La Palma (Abangares), Boquerones, La Cueva, Dos Ríos, Montañita, Sabana Grande, San Antonio, Morote, Cofradía, Comunidad y Encinal, donde vivían casi unos 20 mil guanacastecos. Sin embargo, de nuevo en 1939 la “Ley de Informaciones Posesorias” permitió el denuncio de hasta 100 hectáreas si se destinaba a tierras de labranza y 300 si se dedicaba a la ganadería” (8).


Posterior a la crisis económica mundial de 1929, las leyes proteccionistas a la ganadería de 1932 decretaron un impuesto creciente al ganado importado de Nicaragua, haciendo que los pequeños propietarios surtieran mucho del ganado flaco faltante en las haciendas. El proteccionismo hizo además que subieran los precios del ganado y el valor de la tierra, lo cual aumentó el interés de los propietarios en el control real de las propiedades, haciéndose más patentes las asimetrías de poder inherentes en la relación pequeños propietarios y hacendados, quienes compraban ganado y tierras a precios ridículos cuando el verano amenazaba la vida cotidiana, arrojando el censo ganadero de 1933 que el 4% de los dueños poseía el 63% del total del ganado, y el 53% sólo un 7% del hato guanacasteco. Sólo Wilson tenía más de un 10% del ganado de Guanacaste y el 83% del ganado de Bagaces (9).


A partir de 1950 en Costa Rica se acabaron las tierras con posibilidad de que el Gobierno las entregue para colonizar y estimular áreas de producción. A fines del decenio de 1950, después de un poco más de un siglo de libre y continua expansión sobre el territorio nacional, la tierra disponible para fines agrícolas, pecuarios y forestales fue totalmente adjudicada en propiedad (superficie en fincas), y en consecuencia, dejó de funcionar como recurso de libre acceso. Entonces Guanacaste experimentó grandes transformaciones económicas con las políticas de diversificación agrícola y sustitución de importaciones, en la que influyó grandemente la apertura del mercado norteamericano de la ganadería de la carne y la caña de azúcar, dinamizando las viejas haciendas, lo mismo que el desarrollo de la producción de arroz, algodón y sorgo para el mercado nacional. Las haciendas se convirtieron en modernas empresas capitalistas, con fuertes inversiones, nuevas tecnologías y mano de obra asalariada. Aunque no hubo cambios en el patrón de tenencia de la tierra sí lo hubo en el aumento de la deforestación, para satisfacer el repunte de la ganadería. Recordamos que, en las pobrezas tecnológicas de entonces, los bueyes eran la principal fuente de tracción para la extracción de madera del bosque. Para mediados de los años 80, tenemos un panorama polar entre la ganadería que en Guanacaste ocupa un 62% del territorio bajo explotación y en Tilarán un 79%, lo cual lo convierte en uno de los cantones más deforestados.


Es desgarrador el caso de las planicies entorno a la Cuenca del Tempisque, “si bien estos ecosistemas empezaron a ser alterados desde el siglo XIX, es a partir de los cincuenta que empieza el deterioro ambiental de mayor impacto. La deforestación no fue el único problema ambiental de Guanacaste; concretamente, en la llanura de inundación del Tempisque, la degradación afectó tanto los ecosistemas boscosos como los ecosistemas de humedal” (10). Los monocultivos como la caña y el arroz se expandieron a costa de los humedales. Con ese fin “preparaban” las tierras inundables para hacerlas aptas para la agricultura, por medio de técnicas como el drenaje y la nivelación. Con estas prácticas productivas empezó el fenómeno ambiental de pérdida de áreas de humedal en la bajura guanacasteca.


A comienzos de los años setenta, agotada ya la frontera agrícola, los granos básicos fueron desplazados a las peores tierras y el énfasis de las políticas estatales fue favorecer los cultivos de agro-exportación. Esta situación desata la ocupación de tierras y el precarismo se convierte en un problema permanente en los quince años posteriores. En estos mismos años la ganadería en Guanacaste comenzó a sufrir una crisis que se agudizó en los años ochenta, en parte por cambios en las políticas de los gobiernos de aquellos años, pero también debido a que surgieron fuertemente como alternativa diversas actividades como el turismo, el comercio, la industria y el aumento de áreas protegidas. Estamos entrando en la época de la globalización y la postmodernidad… A finales del siglo XX la reforestación, que ha surgido como consecuencia de los incentivos fiscales dados por el Gobierno para el establecimiento de plantaciones forestales con fines comerciales, ha contribuido a que se observasen, en un breve período de tiempo, ejemplos de formación de fincas de 4.000 y 5.000 Hª en zonas en donde la finca promedio era de 200 Ha.


A fin de cuentas, y ante la avalancha del turismo depredador y neolatifundista, las gentes del campo se sienten abandonadas a su suerte por el sector gubernamental. “Para el sacerdote Ronal Vargas, tanto los gobiernos locales, como el Instituto Costarricense de Turismo (ICT), han adoptado la política de no favorecer a los dueños originarios de los terrenos, sino de darles facilidades a los extranjeros para que los posean… Los habitantes de Guanacaste y las autoridades de gobierno, sin duda deberán dilucidar cuanto antes hasta dónde debe dejarse sin control el desarrollo turístico en esa provincia, con el fin de no convertir a los nacionales en desarraigados" (11).

La región Chorotega ha sido la más deforestada del país como consecuencia del desarrollo ganadero y los monocultivos. Así mismo los cultivos agrícolas, que para 1979 cubrían el 7.3% del territorio (85.941 Hª), ya en 1992 abarcaban el 12.2% del territorio, es decir 142.817 Hª de la Región Chorotega. El latifundio, generalmente asociado a ganadería extensiva, da una enorme contribución al mal uso del suelo, los censos agropecuarios reflejan que entre más grande es una finca, menor es el porcentaje dedicado a agricultura y más se acentúan las prácticas extensivas en el uso del suelo.

No menos significativa fue la desaparición de ecosistemas frágiles y especiales como los humedales y pantanos cuya área decreció en dicho período en un 38%, los que agredidos por la agricultura extensiva pasaron de 25.517 Hª a solamente 15.823 Hª. Basta con sumarse a lo anterior el hecho de que sólo en el año 1992 se quemaron 80.565 Hª, de las cuales 36.000 Hª eran pastos, 11.500 Hª bosques, 1.115 Hª plantaciones forestales, 29.190 Hª charral y 2.208 Hª cobertura no identificada, tendencia que si bien es cierto hoy por hoy gracias a un ingente esfuerzo comunal e institucional está prácticamente revertida, puede servirnos de base para empezar a inferir el crítico futuro ambiental de Guanacaste.


Si bien es cierto que en el año 1979 el 30% del territorio de la Región Chorotega (349.000 Hª), ya estaban convertidas en pasto y que dicho tipo de cobertura se incrementó en un 32% para el año 1992, es importante destacar que dicha tendencia de crecimiento muestra una seria disminución provocada por la crisis de la actividad ganadera, pasando de 516.000 Hª de pasto en 1992 a 330.000 Hª de esa cobertura en 1996. De forma inversa, mientras que para el año 1992, los bosques y charrales no solo habían disminuido en un 33.2% y cubrían apenas el 40.2% del territorio de la región, ya en el año 1996 aumentaron en un 35%, alcanzando una recuperación del 726.547 Hª, es decir que no sólo cubren el 62.7% del área total de la región, sino que, además, superan en 3.8% la cobertura del año 1979.


Según el informe Geo Costa Rica 2005, del Programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente, en un 10%, los suelos costarricenses están sometidos a un serio proceso de degradación que los hace perder su productividad biológica y económica. Las causas de esta degradación van de la mano con la pérdida de la vegetación y la cubierta forestal. Según dicho informe, el 26% de los suelos están siendo sobreutilizados en actividades agropecuarias y otro 45% subutilizado. “Junto a la sobreutilización de un 26% de los suelos del país, existe un serio proceso de degradación de la tierra en al menos un 10% de la superficie, sobre todo en Guanacaste y el Pacífico Central. Las causas principales e inmediatas son la deforestación, el sobrepastoreo, la sobreexplotación agrícola y el mal manejo de las aguas de riego. En el 2002 la Comisión Asesora sobre Degradación de Tierras (CADETI) reconoció un serio proceso de degradación de tierras en casi un 10% del territorio nacional, y más gravemente en Guanacaste (12).



Podemos concluir que la actividad económica más importante de Guanacaste, desde aún poco antes de la independencia, fue la ganadería, y estaba dirigida por un pequeño grupo de hacendados, quienes ostentaron históricamente gran poderío social y económico manifestado en sus fortunas y herencias. La actividad ganadera de la región propició el latifundio como paisaje típico por muchos años, obligando a muchos campesinos a ser peones, sin posibilidades de cultivar una parcela propia, a no ser en terrenos de la misma hacienda, si el patrón se lo permitía. El tráfico ilegal del ganado, junto a la venta indiscriminada de maderas preciosas, enriquecía más los bolsillos del hacendado que su aparente profesión de ganadero, y sus latifundios en aumento por una legislación hecha a su medida fueron los principales responsables de depredar, deforestar y potrerizar la región que hasta hoy es la tierra más degradada de Costa Rica y donde se está dando el mayor impacto del cambio climático: Guanacaste.


NOTAS:

(1) Para 1984 el 32,38% de la extensión total de Costa Rica eran pastizales para ganado (DGEC)

(2) GONZALEZ GARCÍA, Yamileth. Continuidad y cambio en la historia agraria en Costa Rica, San José: Editorial Costa Rica, 1985. p. 56.

(3) MOLINA JIMÉNEZ, Iván; Educación y sociedad en Costa Rica: de 1821 al presente, http://historia.fcs.ucr.ac.cr/.../vol2/7vol8n2imolina.htm

(4) GUDMUNDSON, Lowel; Estratificación socio-racial y económica de Costa Rica: 1700-1850, EUNED, San José 1978, pág. 83.

(5) SEQUEIRA, Wilder; La hacienda ganadera en Guanacaste: aspectos económicos y sociales 1850:1900; EUNED, San José 1985, pág. 59.

(6) SEQUEIRA, Wilder; Op. Cit. pág. 62.

(7) Sánchez-Noguera, Celeste (2012). Entre historias y culebras: más que una bahía (Bahía Culebra, Guanacaste, Costa Rica); Revista de biología tropical, vol. 60, supl. 2, San José. https://www.scielo.sa.cr/scielo.php?script=sci_arttext...

(8) ROYO, Antoni; La reforma agraria en Centroamérica: lecciones de la experiencia costarricense (1962-2002);

(9) EDELMAN, Marc; La lógica del latifundio: Editorial UCR; San José 1998.

(10) MARTÍNEZ ARTAVIA, Cecilia; “Papel del conflicto socio-ambiental en la gestión local/Estudio de caso de las comunidades de Bolsón y Ortega, en la Cuenca del Tempisque, Guanacaste, Costa Rica.”; Universidad para la Paz, San José CR, 2001.

(11) Semanario Universidad, UCR, San José 2007, Guanacaste for sale, http://amlat.oneworld.net/article/view/145741/1/

(12) 9 Informe Estado de la Nación en desarrollo humano sostenible, San José 2002, pág. 250

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