Cuentan las abuelas que no hace muchos años una enfermera del Hospital de Nicoya, aprovechando que no habían casos urgentes que atender, se escapó con unas amigas un par de horas antes de que terminara su jornada laboral y se fue a bañar a la quebrada que bordea las vueltas de Nambí, en el límite de Nicoya con Santa Cruz, disfrutando del agua para vencer los sofocantes calores del verano.
Mientras gozaban de aquellas refrescantes aguas, un imprevisto provocó que la enfermera se golpeara accidentalmente la cabeza con una piedra y cayera sin sentido en la quebrada, ahogándose de inmediato, ante la consternación de sus amigas que le acompañaban, que al no saber qué hacer, huyeron despavoridas por la desgracia, pero horas después, comenzaron a sentir el remordimiento de haber dejado abandonado en aquellas desoladas aguas el cuerpo ya sin vida de la enfermera fallecida. Al caer la noche, arrepentidas de haber huido del lugar donde acaeció la fatalidad, emprendieron el retorno al lugar de la desgracia, dispuestas a recuperar el cadáver de su amiga y llevarlo a sus familiares, pero se toparon con la sorpresa de no encontrar el cuerpo de la difunta, el que misteriosamente desapareció, al igual que sus zapatos, ropas y otras pertenencias. Las amigas se regresaron más que asustadas a Nicoya y por un tiempo no contaron nada a nadie de lo allí sucedido, pero al hacerse evidente la desaparición de la enfermera, se vieron obligadas a narrar la desgracia, sin que exista hasta el día de hoy alguna explicación de lo que realmente pasó.
Desde entonces, en las noches de cuarto menguante, cuando la bruma baña las vueltas de Nambí y se hace más difícil ver con claridad a la distancia, no es extraño encontrarse a la orilla del camino con una enfermera solicitando abordar los vehículos, o bien, cuando un hombre anda en malos pasos o de “mal portado, buscando lo que no se le ha perdido”, una misteriosa mujer vestida de enfermera sube el carro en movimiento y aparece de pronto sentada en los asientos de atrás, siendo vista por los choferes en el espejo del retrovisor, dibujando una terrorífica sonrisa que les obliga a frenar o huir despavoridos, hasta que la figura desaparece en medio de la oscuridad.
Soy testigo que muchas personas que nunca oyeron hablar de la leyenda de la enfermera de las vueltas de Nambí dan fe de su existencia, porque se les apareció de noche en el camino entre Nicoya y Santa Cruz solicitándoles que la dejaran montarse en su vehículo y desapareciendo pocos segundos después. Hasta el día de hoy nadie se atreve a caminar solo por las vueltas de Nambí, una vez que está avanzada la noche y la luna no irradia su luz, porque es tan grande el temor a encontrarse de pronto con la enfermera que deambula por las vueltas de Nambí, que hace temblar hasta las rodillas de los más atléticos y acobardarse a los que se creen más valientes.
MORALEJA:
Las fatalidades en la vida siempre suceden, pero la solidaridad de las personas a nuestro lado debería ayudarnos a superar los momentos de prueba. No pocas leyendas costarricenses insisten en el tema de la “venganza” de quienes fueron abandonados, ignorados o simplemente dejados a su suerte en medio de la fatalidad, volviendo bajo la apariencia de otra figura (fantasmas, la Segua, la Llorona, el Cadejos, la enfermera…), para desquitarse con otras personas que andan en el mal camino, traicionando su fidelidad familiar y su compromiso social.
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