En aquellos tiempos en que Guanacaste era una provincia que el invierno castigaba duramente, dejándola aislada del resto de Costa Rica por la crecida de todos sus ríos, un matrimonio campesino vivía muy feliz, a pesar de no tener hijos. El esposo, un labriego sencillo, que trabajaba arduamente todos los días, cenaba siempre a manos llenas, como si aquella fuera no solo la última comida del día sino también la última comida de su vida, por lo que su sueño era muy pesado, su descanso nocturno, muy profundo, tanto que el levantarse cada día lo hacía “a la hora del burro”, y no con el canto de los gallos.
En cambio su mujer, también muy hacendosa, solo cenaba un par de rosquillas con un vaso de chicheme, se acostaba tempranito, para poder madrugar a la salida del sol y realizar los quehaceres del hogar, como cualquier otra tradicional señora de pueblo. Pero en esta aparente normalidad matrimonial es donde comienza la historia infernal.
Sin que su esposo lo notara, su mujer se despertaba siempre a la media noche, y salía sigilosa del hogar, iniciando el camino hacia el poblado vecino. Pero, poco antes de llegar, bajo un frondoso guanacaste, pronunciaba una oración satánica que guardaba celosamente bajo su delantal y después ocurría lo inimaginable, al quitarse el ropaje humano de su piel, adquiría la figura de MONA, subiéndose en los árboles y avanzando con rapidez hacia las casas del poblado. Siete años antes, una vieja bruja del pueblo que se había sentido ofendida cuando esta campesina con sus encantos juveniles le había quitado a su pretendido y se había casado con él, la maldijo doblemente, para que no pudiera tener hijos y que penara todas las noches, transformada en la tristemente famosa MONA.
Sospechando de la infidelidad de su pareja, porque una noche al despertarse no la encontró a su lado, y aunque la llamó por varias veces no obtuvo respuesta alguna, el celoso esposo se levantó después de la media noche y se dio a la tarea de seguir a cierta distancia los pasos de su esposa. Sin embargo, por tres noches seguidas, no la pudo alcanzar, perdiéndola de vista en la parte más oscura del camino. A punto de abortar su misión persecutoria, cuando ya tiraba los últimos cartuchos, dio por fin con el lugar bajo el guanacaste donde su esposa se transformaba, y vio consternado cómo, mientras pronunciaba la terrible oración, su piel se desgarraba, convirtiéndose en una MONA.
Al momento que huyó colgándose entre las ramas de los árboles, el acongojado esposo se acercó más al lugar y pudo observar la piel de su mujer tirada en el suelo. Con lágrimas, la tomó en sus manos, la echó en el saco que siempre cargaba, la llevó detrás de su casa y le arrojó encima una libra de sal. Poco antes del amanecer, cuando aquella bestia demoniaca regresaba de su faena nocturna, asustando a los trasnochadores mal portados, hombres borrachos y mujeriegos, por medio de carcajadas espeluznantes y alaridos que hacían temblar aún a los más valientes, no encontró su piel de mujer bajo el frondoso guanacaste, viéndose obligada a penar toda su vida como LA MONA, sin poder recuperar nunca jamás su figura humana.
Más violenta que de costumbre, LA MONA emprende sus ataques con mucha intensidad por los caminos hacia los pueblos y hasta se adentra en las poblaciones, caminando sobre los techos y los árboles que les rodean, y asustando con sus gritos despavoridos. Cuentan los ancianos que no pocos hombres valientes llegaron a perder su habla temporalmente o de forma definitiva después de haberse encontrado con este maléfico personaje, cuando pretendían perseguirla para acabar con ella.
Más vale que la valiente población guanacasteca aprendió cómo enfrentar y vencer a LA MONA de diferentes maneras, según las distintas costumbres de sus pueblos:
- cuando la víctima aprendía a controlar su miedo y repetía con fe oraciones cristianas "de contra";
- cuando se le recibía con la camisa al revés y se le decía que pasara mañana por la sal; y al día siguiente aparecía la mujer sinvergüenza.
- cuando clavaban una cruceta (un machete en forma de cruz) en el suelo;
- cuando partían un limón acido en 4 partes, colocándolas en los 4 extremos de la casa
- cuando arrojaban un puño de maíz (de semillas de mostaza o de sal) y de inmediato tiraban el sombrero boca arriba, de modo que obligaba a que la Mona tuviera que amanecer recogiendo los granos regados, sin poderse retirarse hasta que jurara no volver a molestar a nadie en el vecindario.
Gracias a estas hazañas descubiertas por antiguos y valientes guanacastecos es que hoy en muy pocos lugares sigue saliendo LA MONA.
MORALEJA: No podemos olvidar que "las Monas" fueron unos personajes míticos centroamericanos de origen chorotega. Eran brujas que, mediante oraciones indígenas ancestrales, se les desprendía la piel y les crecía el pelo, transformándose en un ser similar a un mono monstruoso. Las monas podían desplazarse a gran velocidad a través de los árboles, generalmente para hacerles daño a sus enemigos o a las personas mal portadas en forma sorpresiva. Las Monas se han convertido en los mejores policías nocturnos, las sacerdotisas de la media noche, las guardianas de la moralidad y defensoras del matrimonio, sólo vencidas por la astucia de la sabiduría campesina popular, porque más sabe el diablo por viejo y astuto que por diablo.
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