Difícilmente encontraremos alguien en Guanacaste que no haya escuchado hablar sobre los DUENDES o que no conozca alguien que haya tenido un encuentro espectacular con DUENDES: esas pequeñas criaturas humanas, de poco menos de medio metro que andan solitarios a veces, pero casi siempre en pequeños grupos y vestidos de colores, como creaturas diminutas con las que las madres todavía amenazan a los niños mal portados: "Si no te portas bien, te van a llevar los duendecillos".
Pues, así tal cual, sucedió en Sardinal. Hace muchos años, cuando esta población se denominaba El Tamarindo, una humilde anciana que vivía cerca del río, dedicaba casi todo su tiempo a la cría y engorde de chanchos, los que con mucho esfuerzo sacaba a vender a Siete Cueros (Filadelfia), la villa más próspera de entonces. Ella era de origen nicaragüense y la llamaban doña Goyita, aunque nadie le conoció familiares cercanos. Vivía fuera del poblado, y como poca gente la visitaba en su casa pasaba casi desapercibida para todo el vecindario, hasta que un día la visitaron los duendes para hacerle pagar los errores de su juventud, pues no había sido muy buena cosa, que digamos.
Cuenta la leyenda que doña Goyita, que por cierto era muy baja de estatura, un día de tantos iba persiguiendo a unos de sus puerquitos que se le habían escapado de la chanchera donde reposaban y se internaron en el monte. Al ir en su búsqueda fue cuando se topó de frente con aquellos maléficos enanos que la interceptaron, la hipnotizaron con sus cantos, la amarraron a un guanacaste y le dieron una semejante paliza que le llenó la piel no solo de moretones, sino también de extraños pelos negros que fueron poblando con velocidad todo su cuerpo.
La pobre Goyita, presa del pánico, rompió los bejucos con que la habían amarrado y corrió asustada por entre el bosque, pegando gritos desaforados y chocando con cuanta rama encontraba en su trayecto, hasta que un cazador que pasaba por allí, al confundirla con cualquier otro animal peludo del bosque, le disparó por detrás, haciéndola caer de inmediato al suelo con una herida mortal. Cuando los otros cazadores se acercaron a recoger la que creían sería su gran presa del día, no podía creer lo que sus ojos contemplaron: un gran cuerpo peludo de un pequeño ser humano que poco a poco comenzó a recuperar su apariencia normal en la figura moribunda de la vieja doña Goyita.
El tiempo pasó y nadie supo de la extraña desaparición de Goyita, pues los valientes cazadores, ahora víctimas del terror, habían regresado por aquellos contornos sin contar la fatal desgracia sucedida, pero el recuerdo de lo acontecido y el silencio que poco tiempo después rompieron los cazadores, sirvió de lección para que volvieran a la fe muchas personas incrédulas de la justicia divina, gracias a la intervención de esas pequeñas y divertidas pero maléficas creaturas a las que llamamos DUENDES, que siguen cobrando algunas maldades cometidas en el pasado por personas inescrupulosas. Cuentan las abuelas que desde la muerte de la humilde Goyita los duendes no han regresado más a Sardinal.
MORALEJA:
Nada de lo que hagamos quedará sin recompensa. El bien hecho a los demás se nos devolverá en bendición; el mal hecho nos remorderá profundamente y puede que las personas aparentemente más pequeñas nos lo cobren, apareciéndose en nuestro caminar cuando menos los esperamos y llamándonos a rendir cuentas de nuestras malas acciones. No siempre una desgracia (como la enfermedad, la pérdida de un ser querido o una herida mortal) es un acontecimiento totalmente negativo. Si sabemos saborear las lecciones aprendidas de los fracasos estaremos empedrando el camino hacia la sabiduría.
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