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Leyenda del Cacique Nacaome. Nicoya, junio de 2020

El año de 1978 el arqueólogo Vetsalio Rivas recolectó restos prehistóricos de un mastodonte en el lecho del río Nacaome de Nicoya. En julio de 1999 se conformó otra expedición arqueológica en la que se lograron nuevos hallazgos, conformándose la colección denominada “fauna de Nacaome”, que se encuentra en el Museo Nacional de Costa Rica. ¿Cómo llegaron estos elefantes gigantes a Guanacaste? Se cree que, igual que los seres humanos, atravesando el puente congelado entre Siberia y Alaska. Además, no olvidemos que eran muy buenos nadadores, por lo que en los fríos inviernos atravesaban grandes distancias en busca de lugares más cálidos, llegando hasta las islas del Golfo de Nicoya y sus costas.


El mencionado río Nacaome nace en las montañas de Barra Honda y se extiende por el distrito Quebrada Honda hasta morir en el golfo de Nicoya, en un sitio donde se dice que antaño se levantaba orgulloso el desaparecido Puerto Letras. Se le dio el nombre de “Nacaome” en honor a un antiguo y famoso Cacique del que se sabe muy poco, aparte de su pasado guerrero, al igual que el resto de Caciques chorotegas.


En siglos pasados los cacicazgos alrededor de Nicoya recuerdan a Nacaome como un poderoso hechicero y un famoso guerrero originario de la isla de Chira, que en sus años mozos anhelaba casarse con la princesa Nosara, hija del Cacique Nicoya, no solo por su reconocida hermosura, sino también porque al casarse con ella sería heredero legítimo del reino de Nicoya, el principal de los cacicazgos de entonces. Sin embargo, Nosara despreciaba las muestras de cariño que Nacaome le profesaba, porque estaba enamorada de Curime…pero ya sabemos la fatal historia de esos enamorados que murieron cuidando los tesoros de Nicoya y cuyos lamentos todavía se escuchan por las quebradas y riachuelos de las costas nicoyanas de Nosara.


Nacaome siempre fue un Cacique muy ambicioso, y el hecho de gobernar en Chira y las islas a su alrededor le ofrecía una posición estratégica nada despreciable. Cuando los españoles arribaron en sus primeros viajes al Golfo de Nicoya, precisamente en una expedición de Pedrarias Dávila en la que le acompañó el sacerdote Diego de Escobar un 16 de marzo de 1526, destruyeron algunos ídolos indígenas, construyeron un pequeño templo y celebraron una misa solemne de Semana Santa con la presencia de Nacaome y muchos otros nobles e isleños: esa fue la primera celebración cristiana que se hizo en territorio nacional. Como buen estratega, Nacaome logró ganarse la confianza de los españoles. Todavía el domingo de Ramos 25 de marzo el famoso conquistador Pedrarias Dávila permanece en la isla reponiendo sus fuerzas, bajo la fina atención de Nacaome. Los otros cacicazgos no dejaban de mirar con recelo aquellos invasores, atraídos más por la ambición del oro que por el interés de pacificar o bautizar aquellos salvajes, tal como ellos decían.


El sueño de Nacaome era reunificar todos los cacicazgos chorotegas, por muchos años enfrentados por mezquindades y ambiciones personales. La llegada de los españoles se presentó como la ocasión propicia para colocarse a su lado y lograr ser reconocido como el principal de los Caciques. Sin embargo, el interés de los españoles era otro, y no complacían para nada el ego del Cacique Nacaome. Fue entonces cuando Nacaome tuvo la genial idea de hacer todo lo contrario que había pensado en un primer momento, y envió mensajeros a los Caciques principales, indicándoles que él astutamente le hacía creer a los españoles que era su gran aliado, pero su intención era sacarles toda la información posible y conocer su punto débil para atacarlos entre todos los pueblos chorotegas y alejar al blanco español, que comenzaba a ser el enemigo común a vencer.


El nuevo plan parecía perfecto, solo que Nacaome no contaba con que ninguno de los Caciques confiaba en él, pues su mala fama de traicionero y oportunista no logró el efecto que esperaba sino el opuesto. A pesar de eso los Caciques simularon apoyar con entusiasmo la propuesta de Nacaome y mandaron de regreso a sus mensajeros con algunos presentes, lo que hizo creer a Nacaome que su liderazgo general ya era una realidad: iba a ser la reencarnación del Gran Cacique Chorotega que tuvo por muchos años a todas las tribus bajo su dominio y protección.


Fue entonces cuando Nacaome explotó de soberbia y ordenó a todos sus súbditos que de ahora en adelante deberían llamarlo Rey Nacaome, pues muy pronto sería el Monarca Chorotega. Mandó construirse una nueva choza en el extremo norte de Chira, desde donde miraba las cercanas costas de Abancari y podía salir en sus veloces embarcaciones hacia el gran río (Tempisque), en cuya ruta se ubicaban los principales cacicazgos. Mandó llenar sus bodegas de alimentos y comenzó a darse manjares exquisitos como pocas veces lo había hecho. Al frente de su casa, sobre unos grandes postes sembrados en el mar, Nacaome colocó una hermosa barca dorada, construida en mangle y adornada con maderas preciosas y mandó a traer los tesoros chorotegas enterrados y los exhibió en dicha embarcación por varios días, dando mucho que hablar a todos los chireños y otros vecinos insulares que pasaban en embarcaciones, admirando aquel museo viviente del oro, elevado sobre una barca extraordinaria, que de noche y de día era custodiada por cuatro de los más fuertes guerreros isleños, y cuyas antorchas a los lados no dejaban de arder.



Tales excesos del Cacique Nacaome llegaron a los oídos de los españoles, quienes no tardaron en volver a la isla fuertemente armados, y en un descuido de su fiel aliado Cacique, lo sometieron y con él, a los guerreros que lo acompañaban, despojándolo de todas las riquezas expuestas en la barca de oro y de todos los alimentos de la bodega. Una vez saciada su hambre de oro, los españoles prendieron fuego a la casa y a la embarcación dorada, asesinando sin piedad al Cacique, a su familia y a los guerreros que lo acompañaban, regresando en su embarcación a Veraguas (Panamá) desde donde habían zarpado días antes. De esa forma la avaricia de los conquistadores sepultó en pocas horas los sueños del avaro y presumido Cacique Nacaome y su efímero liderazgo sobre los pueblos chorotegas.

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