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Leyenda del PADRE sin cabeza, Nicoya junio 2020

En la literatura encontramos múltiples leyendas de famosos personajes masculinos “sin cabeza”: el pirata sin cabeza, el jinete sin cabeza, el caballero sin cabeza, el príncipe sin cabeza…y no podría faltar “el Padre sin cabeza”…



Transcribo tal cual una cita encontrada en el libro “Leyendas costarricenses” de Rafael Elías Zeledón Cartín: “Se hincó y se dispuso a oír misa. Todo fue muy bien, mientras el sacerdote no volvió la cara, para cantar el "Dominus Vobiscum" y se dio cuenta de que al Padre le faltaba la cabeza”. También dicho libro recopila una leyenda escrita por el liberiano Mario Cañas Ruiz, acerca de un “jinete sin cabeza” que se paseaba trotando por la pampa guanacasteca, penando eternamente por haber asesinado a su amada junto al hombre que quería casarse con ella.


Son varias las versiones de esta leyenda, pero todas tienen en común que el Sacerdote está realizando de espaldas algún rito religioso: confesando, celebrando misa, rezando por los pasillos del templo, merodeando por un colegio católico o simplemente oculto entre las sombras, cuando de pronto se da media vuelta y los testigos miran aterrorizados que se trata del cuerpo de un sacerdote, vestido con sotana y un cordón franciscano alrededor de su cintura, pero sin cabeza.


Esta es una de las leyendas españolas de las más antiguas que se conocen en varios países de América Latina, donde diferentes versiones dan cuenta de algunos elementos comunes. La leyenda se origina en la época colonial, al parecer en Nicaragua, por lo que encaja con un acontecimiento histórico acaecido mientras los corruptos y sanguinarios hermanos Contreras gobernaban dicho país pinolero, allá por el año 1550. El primer obispo que se le encomendó pastorear estas tierras fue un fraile dominico de ejemplar trayectoria llamado Antonio Valdivieso. Vino desde España a trabajar con todo el espíritu misionero y de inmediato se identificó con la población aborigen, maltratada y casi esclavizada por los abusivos hermanos Contreras, los más poderosos e influyentes de la ciudad de León, bajo la excusa de ser encomenderos cristianos que procuraban el beneficio espiritual para los nativos que se le habían encomendado. Al interponerse el obispo en su lucrativo negocio esclavista, Fernando Contreras, Gobernador de Nicaragua, mandó a unos empleados de confianza a tratar de comprar, y posteriormente callar y amenazar al Obispo entrometido, pero al insistir con su labor de denuncia de aquellos hermanos corruptos, los Contreras decidieron quitarlo del camino, apuñalándolo por la espalda y cortándole la cabeza de un certero machetazo. Tal martirio puso de luto a Nicaragua aquel catastrófico 26 de febrero de 1550.


Desde que sucedió aquel horrendo crimen los cristianos se consolaban con el recuerdo del obispo mártir y santo que había luchado por ellos, que los había defendido hasta derramar su sangre para que los indígenas fueran liberados de la esclavitud a la que eran sometidos, y su recuerdo sería un consuelo que despertaba la esperanza de soñar tiempos mejores… Pero con el pasar del tiempo, quienes no conocieron la santidad del obispo mártir Fray Antonio, terminaron convirtiendo su recuerdo en un fantasma que deambulaba por las calles cercanas a la catedral de León, asustando a los hombres borrachos, mujeriegos y amantes de los juegos de azar, al mostrárseles entre las sombras como un sacerdote sin cabeza.


Es más, alguna versión de la leyenda señala que la cabeza del santo obispo rodó hasta las orillas del lago Xolotlán, perdiéndose entre las aguas. Al pasar de los años los indígenas comenzaron a reportar la aparición de un bulto negro que se perdía en la oscuridad de la noche a orillas del lago: era la figura de un sacerdote, con sotana pero sin cabeza, y con un cordón amarrado a la cintura, del cual colgaba una campana que se escuchaba en medio de la oscuridad, mientras deambulaba por las calles de León buscando su cabeza. Los días en que más se reportaba la aparición de tal personaje misterioso eran los jueves y viernes de la Semana Santa.


En la antigua parroquia de Santiago Apóstol en Cartago nació una versión propia de la leyenda, a propósito del templo que fue destruido por los terremotos de 1841 y 1910, permaneciendo en ruinas por mucho tiempo, y hasta nuestros días. Tal estado catastrófico se atribuye a la maldición causada por el derramamiento de sangre en el templo, cuando un antiguo párroco que celebraba misa en el lugar se enamoró de una bella dama, que por cosas del destino resultó contrayendo nupcias con el hermano del sacerdote. En el momento de bendecir el matrimonio, el cura no soportó el dolor que lo atormentaba y apuñaló a su hermano, asesinándolo en aquel lugar santo. El Juez de Cartago le aplica la Ley del talión, y manda que en el atrio del templo se corte la cabeza de aquel sacerdote asesino. Por haberse derramado sangre de hermanos sobre aquella tierra sagrada, Dios no permitió más que se pudiera reconstruir aquel antiguo templo de Cartago, por lo que cada vez que el pueblo católico intentaba levantar los cimientos del templo, la construcción era destruida por temblores o terremotos.

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