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Los chorotegas de la Gran Nicoya fueron una cultura matriarcal Prof. Ronal Vargas Araya, junio 2016



La catedrática Rima de Vallbona, de la University of St. Thomas, Houston, Texas, participó hace tres años de un Seminario Feminista en el que expuso la investigación que ya venía construyendo desde años atrás sobre posibles matriarcados en la América prehispánica, en la que reafirma algo que ya antes habían sugerido cronistas españoles como Fernández de Oviedo o López de Góngora sobre los habitantes chorotegas de Nicoya: eran una cultura matriarcal.

Los vínculos familiares entre los chorotegas tenían mucha importancia. La organización familiar era fundamentalmente matrilineal. Según Gonzalo Fernández de Oviedo los chorotegas eran “muy mandados y sujetos a la voluntad de sus mujeres”, y López de Gómara decía que eran “valerosos, aunque crueles y muy sujetos a sus mujeres”. Fernández de Oviedo aportaba en sus crónicas que había mujeres indígenas que vivían en repúblicas de solo mujeres “e son señoras sobre sí, a imitación de las Amazonas”. A lo largo de su crónica suministró datos de que algunos conquistadores, bajo el mando de Jerónimo Dortal, hallaron en tierra firme “pueblos, donde las mujeres [...eran] reinas o cacicas e señoras absolutas, e manda[ba]n e goberna[ba]n, e no sus maridos, aunque los ten[í]an”.

En muchos aspectos, los chorotegas o mangues de la Gran Nicoya, se destacaron por transgredir las estructuras del poderío azteca, por lo que se prestan como ejemplo de lo que podrían ser vestigios de un muy lejano matriarcado. Empecemos por señalar que en la sociedad chorotega algunos padres llevaban a sus hijas vírgenes al cacique y hasta le suplicaban que las desflorara. Esto lo hacían “para las honrar a ellas e a sus parientes, e luego se casaban con ellas de mejor voluntad los otros indios”.

Las mujeres chorotegas eran amazonas muy bellas, fuertes y respetables. “Entre los chorotegas la prostitución era un respetable oficio que practicaban algunas mujeres al precio de diez granos de cacao por sesión; este “dinero” estaba destinado a acumular una enjundiosa dote que atrajera a los mejores pretendientes”. La escritora revela este interesante comportamiento de las culturas chorotegas, que contradecían en mucho la cultura del Imperio Azteca (que tenía sus garras hasta Nicaragua) en la que predominaba el hombre. Para sorpresa de muchos el estudio mencionado plantea que “lo interesante es que era la joven la que escogía a su futuro marido, y no sus padres, como era costumbre entre los aztecas. Una vez casadas, en general las mujeres chorotegas no querían tener hijos para no estropear su belleza. Contrariamente a la costumbre de los aztecas, el aborto era muy corriente entre los chorotegas, siempre que lo aprobara el marido”.

La Gran Nicoya, donde se establecieron los chorotegas, constituía un puente entre el norte y el sur y por tanto, el entrecruce de varias culturas, como las de Colombia en el año 1000 D.C., otra de México, cincuenta años después de la chorotega y la de los caribes de Venezuela, en 1400 D.C. La influencia de todas ellas sobre los chorotegas se puede apreciar en algunas de las costumbres, en especial las de los aztecas, pues practicaban, como ellos, la antropofagia ritual; de Colombia, el tratamiento del oro por el vaciado en cera.

Los nicaraos, cultura más al norte de los chorotegas, hacían alarde de ser más machos y dueños de sus mujeres que los chorotegas. Puesto que las mujeres chorotegas se cuidaban del trueque y trato de las mercancías, los hombres debían proveer los productos de su quehacer cotidiano, a saber, labranza, caza o pesca; pero antes que el marido saliera a cumplir con esas actividades, tenía que dejar barrida la casa y encendido el fuego. Dicha obligación asignada a los varones, bien podría interpretarse como una manifestación más propia del sistema matriarcal transgresor del patriarcado que tradicionalmente asigna esas tareas a las mujeres. Por todo lo anterior, los nicaraos, haciendo alarde de que eran “muy señores de sus mujeres” a las que mandaban y tenían sujetas a su voluntad, les echaban en cara a los chorotegas, sus vecinos, feroces y valientes guerreros, recriminándoles ser “mandados e subjetos a la voluntad e querer de sus mujeres”.

“Poco a poco, conforme se efectuaban las guerras expansionistas de los imperios indígenas, se fue excluyendo a las mujeres del ámbito de política, religión, economía, cultura e instituciones militares. El signo mujer perdió entonces fuerza y dominio, a tal punto que sus derechos y campos de acción independientes o no subordinados a los hombres, quedaron reducidos a los que los conquistadores dejaron consignados en sus crónicas. En suma, la presencia de los españoles en el Nuevo Mundo remachó dicha tendencia y acabó del todo, en la mayoría de las comunidades indígenas, con el paralelismo interdependiente de los géneros”, afirma la historiadora.

El artículo de la escritora costarricense, publicado hace varios años por Mediaisla.net, da a conocer además otras culturas matriarcales de la América antes de la llegada de los españoles, en lugares cercanos a Colombia, Venezuela, Quito y México, además de la Gran Nicoya (que se expandía desde el sur de Nicaragua hasta la península de Nicoya). El estudio amplía además sobre cacicas con mucho poder en la época prehispánica y cómo ellas fueron perdiendo poder con la llegada de los invasores europeos. Si alguna mujer costarricense debe sentirse orgullosa de su ascendencia aborigen por proceder de mujeres valientes, dominantes, guerreras y autónomas como pocas damas de su época, son las hijas de Guanacaste y la Gran Nicoya.

Cfr. De Vallbona, Rima (2013). ¿Hubo matriarcados en la América prehispánica? Consultado en línea en:

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