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Foto del escritorProfesor Ronal Vargas Araya

Mi Tata y el agua en La Granja de Palmares (01-09-2018).

Yo era un chiquillo de escuela de tan solo nueve años y nunca me había preocupado de preguntarme cómo llegaba el agua potable hasta mi casa. El maestro Ferreol Castillo nos repetía en las clases de ciencias: “El agua es un recurso inagotable”, por eso nunca nos preocupamos de ahorrar agua, pues a fin de cuentas el agua no se acabaría. Sabía que solo con abrir el tubo salía un chorro delicioso de agua fresca para cubrir todas las necesidades de la escuela, de mi familia, de mis vecinos, de mi pequeño distrito natal de La Granja de Palmares, donde por casi 50 años el pueblo había administrado el acueducto. Nadie era consciente que ya estaba dando sus últimos respiros con múltiples fugas en las tuberías, un tanque roto por sus cuatro costados y una inadecuada captación de la naciente, ubicada por allá, arriba de la cueva del león, cerca de un lugar que hoy le llaman “Madre Verde”…pero eso a nadie le importaba.



Corría el año 1976 y mi Tata Carlos Vargas Vásquez era el síndico municipal por el partido Liberación Nacional y por doce años ostentó el cargo de presidente de la Asociación de Desarrollo Comunal. Con algunos vecinos progresistas llegaron a la conclusión que ya el acueducto estaba colapsado y con urgencia había que construir uno nuevo, pero no contaban con ningún presupuesto, ya que el poquito que se cobraba a los vecinos por el consumo del agua con costo alcanzaba para hacer las reparaciones básicas para salir de las emergencias diarias. Nadie en mi pueblo se atrevía a entrarle al problema porque era muy serio y la mayoría de la gente estaba en contra que el SNAA (ahora llamado AyA), administrara nuestro acueducto, el mismo que tanto sudor le había costado a mis abuelos, y además porque nos iban a cobrar más por el agua “que siempre había sido nuestra… y cuidado que se la podían hasta llevar para otros pueblos… No queremos que la gente del SNAA se meta en La Granja, ya ven cuánto está pagando la gente del centro de Palmares… y hasta parece que les quieren poner medidores de agua. Eso jamás lo podríamos permitir en nuestro acueducto. No, señores”. Eso decían, a pesar que a duras penas el Comité de Acueducto Rural sostenía su gestión.


En contra de la voluntad de la mayoría del pueblo, pero preocupado por resolver el problema del agua, mi Tata escribió una carta a las autoridades del SNAA en San José, solicitándoles que por favor enviaran algún experto en el tema para que participara de una Asamblea comunal y con argumentos sensatos y convincentes le dijera a la gente que, lo que más convenía en aquellos momentos, era pasar la administración del Acueducto al SNAA, pues el pueblo no tenía la capacidad de mejorarlo y mucho menos de reconstruirlo, a pesar que el agua nunca nos faltaba, pero el acueducto podía colapsar en cualquier momento...


Recuerdo que era un sábado en la tarde de no sé cuál mes; todas las sillas de la escuela estaban ocupadas, pero no por los habituales uniformes escolares, sino con los bellos sombreros engalanados de nuestros papás, acompañados de algunas señoras y pocos niños, pues la mayoría estaban en la plaza jugando una mejenga. Volví a ver a mi Tata y sudaba como nunca; lo noté algo nervioso, algo que no era habitual en él. En eso se le acerca Ventura Brenes y le dice al oído: “Carlitos, el señor del SNAA que ya debería estar en esta reunión, desde hace un par de horas está en la cantina echándose unos tragos con los borrachos del pueblo”. A como pudo y disimulando su cólera mi papá lo fue a sacar de la cantina y se lo trajo a la reunión, pero mejor no lo hubiera hecho. El pueblo ya estaba enardecido y vociferaban que no querían nada con el SNAA. Aquel funcionario, ya pasado de tragos, no pudo convencerlos del cambio necesario y terminó peleándose con la gente y devolviendo improperios por los insultos. Sólo faltó que le apedrearan el carro institucional en el que andaba, pero se salvó que lo había parqueado por la cantina. La reunión terminó sin ningún resultado favorable. Mi Tata me dijo que fue un rotundo fracaso, por culpa de aquel funcionario cuyo nombre mejor ni recordar, pues no valía la pena… Entonces mi Tata se fue a la cantina y al entrar gritó con fuerte voz para que todos lo escucharan: “¿Hay aquí un par de hombres valientes que me sirvan de testigos que el funcionario del SNAA estaba tomando guaro horas atrás?” En eso se levantan Nacho Rojas, Chico “queso” y Daniel “cachetón” Valverde y le responden: “Carlitos, nosotros tres le servimos de testigos, y mantendremos nuestra palabra cuando usted lo solicite”. Y así fue.


La semana siguiente mi Tata planteó ante el SNAA una demanda contra aquel funcionario corrupto. Mi tío Ricardo, que estudiaba Leyes, se la corrigió. Días después de presentarla, estando yo en mi casa, escuché que un hombre golpeaba con fuerza la puerta y salí a abrir. “¿Está don Carlos Vargas? Necesito hablar con él”. Llamé a mi Tata que estaba en la pulpería. Frente a frente aquel señor, a quien yo miraba como un gigante, le gritó a mi Tata: “¿Usted sabe quién soy yo? ¿Usted no sabe que soy de las más altas autoridades del SNAA y que tengo mucha amistad con don Fabio Araya y que a usted, síndico, lo pueden echar del partido si a mí se me antoja?”. Mi Tata, como siempre, guardó la cordura, pero con voz enérgica le dijo a aquel malcriado funcionario que respetara la casa, que con él no tenía que hablar nada, que su comportamiento inmoral había tirado al suelo un importante proceso comunitario… “Y en cuanto respecta al partido Liberación Nacional no me importa que me echen, yo no trabajo para el partido ni el partido me mantiene, yo vivo de un trabajo honrado como comerciante y lo que me interesa es el progreso del pueblo. Y se me va YA de mi casa o de inmediato voy a llamar a la Policía”. Nunca más volvimos a saber de aquel insolente señor… Gracias a Dios.



Con el pasar de los meses, y un trabajo bien planificado desde la escuela y la Asociación de Desarrollo, la gente de mi pueblo fue cayendo en razón y terminaron tomando el acuerdo de entregar la administración del acueducto al SNAA, lo que redundaría en beneficios para la comunidad y al año siguiente se iniciaba la construcción del nuevo acueducto. Las autoridades del SNAA, apenadas por lo había pasado, le dieron prioridad a la atención de este caso. Quien se hubiera imaginado que cuarenta años después aquel carajillo de 9 años estaría trabajando con el AyA animando a las ASADAS a integrarse para fortalecer sus acueductos o entregando la administración al AyA si se vuelve imposible su buena gestión. Las vueltas de la vida son extrañas, pero siempre traen grandes sorpresas.

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